2 de diciembre de 2014

Pregón Antonio Rguez. Buzón 1956 (2º Parte)





Después la madrugada. La culminación y síntesis de la Gran Semana Santa de Sevilla. Todo se hará oración y el espíritu, como en directa relación con lo divino, nos sumirá en profunda meditación mientras la noche irá repitiendo su más alta prueba de amor y penitencia, al desfilar ejemplar e impresionante la cofradía del Silencio.

A continuación, percibiremos el caminar seguro y firmísimo del Cristo de Sevilla. De ese Cristo del Gran Poder, que es Dios mismo que cruza nuestras calles cuando la ciudad entera se ha hecho ruta, borde, y ladera, de ese divino caminar.

Porque para Ti, Cristo Bendito del Gran Poder, ya lo he dicho y vuelvo a repetirlo:



Toda Sevilla, Señor,
es borde de tu camino;
toda su luz, resplandor
de tu farol encendido;
todo su aire, como el paso
de tu sublime martirio;
Todos sus balcones, jarras
cinceladas de platino;
toda su gracia, faldones
a tu sereno equilibrio;
todas sus calles y plazas
amargura sin sonido;
toda su sombra, la túnica
de tu cuerpo dolorido;
todo su mirar agujas,
bordándola de oro fino;
todas sus coplas, saetas
clavándose en tus oídos;
toda su voz, capataz
para alzarte con cariño;
todas sus flores, claveles
para cuajarte en los frisos;
todo vuelo, golondrina
para arrancar tus espinos;
todo recuerdo, oración;
todas las promesas, lirios;
todas las fuentes, de llantos;
todo el silencio delirio
y anónimo costalero,
la blanca flor del suspiro.
¡Quien vio cruzar al Gran Poder,
vio caminar a Dios mismo!


Y tras el Gran Poder, la Virgen de Sevilla, ¡La Macarena! Primor Doloroso hecho suspiro, triunfo, canción y júbilo desbordado, y a la que no hay necesidad de ensalzar en absoluto, ya que el pueblo con exacto sentido y con voz inefable, sólo necesitó el breve espacio de los cinco versos que componen una saeta para definirla:

No es preciso que te alaben
bella perla de San Gil
porque todo el mundo sabe
que de frente y de perfil
más buena moza no cabe.





Y es verdad Madre mía; y es verdad Esperanza nuestra; es verdad y bien lo sabemos todos. Pero al soñarte de regreso a tu templo después de perfumar con tu bendita gracia las calles de Sevilla y de haber abierto el cielo de par en par sus puertas sobre el rincón luminoso de tu barrio convertido por Ti y para Ti en antesala de la Gloria misma, mi corazón rompe como en grito devocional, que vuelve a repetir esa Letanía compuesta también para Ti. Para Ti, Macarena que eres Sevilla en requiebro. Andalucía en su más hondo y auténtico perfil. España en razón y fondo. ¡El Cielo mismo hecho Luz y Caricia, sobre nosotros y siempre con nosotros! Para Ti, Macarena porque:

Como Tú ninguna
Estrella de la mañana
de morena de juncal
y de Gracia sevillana.
Pero como Tú ninguna,
porque Tú eres la Giralda
en repique de alegría
por los caminos del alba
y también Torre del Oro
entre espumas recamada,
y Guadalquivir de encajes
con orillas de esmeralda,
porque en su cauce navegue
tu pena de sal amarga.
Pero como Tú ninguna,
porque Tú eres la bandera
del candor y la ternura,
en el mástil de esta tierra
rincón de amor y ventura,
y eres su calle de cielo,
y eres su plaza escondida,
y eres cristal de sus fuentes,
y eres luz de esquinas,
y eres flor de sus jardines,
y eres venda de su herida,
y eres su escudo de gloria,
y eres sangre de su vida,
y eres árbol de su sombra,
y eres rosa de su espina,
y eres ala de su vuelo,
y eres campana en su arista
y eres perfume en su ambiente,
y eres color de sus días,
y eres copla en sus sentires,
y eres su faro y su guía.
Por eso a Ti Macarena,
tallada en jardín de brisas
con las gubias celestiales
del dolor y la sonrisa,
te hicieron la Soberana
de las Legiones Divinas,
te coronaron de estrellas,
te proclamaron Bendita,
y te bajaron los ángeles
para dejarte en Sevilla.
Por eso Reinas habrá,
pero como Tú ¡Ninguna!


Tras Ella, el Cristo del Calvario. El Cristo del Calvario, grave, sereno, impresionante y lívido. Muerto en la Cruz, y como forjado con lirios y jazmines, sobre el mármol violeta de la madrugada única, y siempre soñado por las esquinas de un amanecer inolvidable.
Después, la Reina Trianera de la Esperanza, que hasta Sevilla traen desde su barrio, como el vuelo de una verónica ceñida, silenciosa, y tejida con lágrimas benditas, a la vez que la maternal caricia de su belleza radiante y dolorida, y a quien también canta mi verso conmovido:


Igual que un Faro de amor
eres Virgen Soberana;
igual que un Faro de amor
que el mismo Dios cuida y guarda,
junto a la orilla del río
más luminoso de España,
y entre las costas celestes
y la tierra sevillana,
para calmar sus dolores,
para consolar sus lágrimas,
para abrir nuevos caminos
en la oscuridad del alma,
para hacer limpia y sencilla
la devoción que te aclama,
para coronar las flores
la luz de cada mañana,
para aumentar su color
bajo tu dulce mirada,
para hacer su aire perfume
y suspiro su plegaria,
y para verter en ella
todo el caudal de tu Gracia
al ondear la bandera
de tu bendita Esperanza.
Igual que un Faro de amor
eres Virgen Soberana;
más bonita que el jazmín,
más limpia que el agua clara,
más pura que la azucena,
más luminosa que el alba,
más primavera encendida
que la que da rosas granas,
más gitana que la torre
morenita de Santa Ana,
y más hermosa que el sol
que con su reflejo abrasa.
Igual que un faro de amor,
eres Virgen Soberana;
Madre de los marineros,
Señora de la arrogancia,
Orgullo de San Jacinto,
Repique que nunca acaba,
Canción de nuestra alegría,
Puerto y Altar de la Cava,
nave segura hacia el Cielo,
y Esperanza de Triana.



Y adivinando la aurora del nuevo día, encontraremos la Cofradía Gitana. La de la sal y la pimienta. La del Nazareno que sueña. La del que cumple la más inexplicable de las promesas. La del que busca el "paso" de Cristo para dialogar con el mejor de los "Nacíos" o rodea el "paso" de Virgen, diciéndole algo que sabe y puede tornar en sonrisa su llanto. La que tiene para su gloria la mejor fragua del cante; las estrellas de la noche, como únicas alhajas, y la Giralda como el nazareno que portara su Cruz de Guía, cuando se toca con el capirote morado del amanecer y la capa blanca de la brisa mañanera, extendida sobre la Ciudad con la serenidad y el temple de un lance redivivo, en las manos mismas -cristal y bronce- de aquel Curro Puya, genial, sevillano, inconfundible y único, como genial, única y sevillanísima es y será por siempre la Cofradía inconfundible de los buenos gitanos de Sevilla.
Esa Cofradía del Señor de la Salud y la Virgen de las Angustias, a quien mi verso canta nuevamente:


La Virgen de los Gitanos,
pisa ya la madrugada.


La noche se ha puesto un traje
de cola morado y grana,
los luceros se han sentido,
flamencos de pura raza,
y hay un revuelo de ángeles
que corren y ríen y cantan...


La Virgen de los gitanos,
viene con saya esmeralda.


Hay un rumor de sorpresa
por esquinas encaladas,
una ansia de cante grande
vibrando por la garganta,
y un vaho de muerta alegría
en lágrimas congeladas.


La Virgen de los Gitanos,
viene adivinando el alba.


Cada varal se arrodilla
ante el peso de su gracia,
cada clavel le suspira
por perfumar su arrogancia,
el cirio, es un corazón
que se consume entre llamas,
la saeta, una oración
prendida en la Noche Santa,
y cada pecho, un clamor
para la Virgen Gitana.


La Virgen de las Angustias,
viene, pero nunca pasa.


Es ala azul, viento fino,
caricia de sierra blanca
agua de escondida fuente,
latir de alegría cansada,
compás que sólo se empieza,
y canción que nunca acaba.


La Virgen de los Gitanos,
casi silencio y palabra,
medio ilusión y tristeza,
casi noche y casi alba,
medio madre y medio novia,
casi amiga y casi hermana,
es un corazón desnudo
que en el aire se derrama.


La Virgen de los Gitanos,
triste Violeta apenada,
va mecida por los ángeles
al despuntar la mañana.


La Virgen de los Gitanos,
es una copla quebrada,
que nos pellizca la sangre
cuando por Sevilla pasa.


Después, todavía bajo la dulce caricia de ese Rocío bienhechor del llanto de la Virgen; en la tarde del Viernes; cuando ya Jesús ha consumado su obra Redentora sobre el Santo Madero, volvemos a sentir una vez más esa indescifrable sensación, donde tan íntimamente va ligada la inmensa alegría de saberse redimido, y la pena cruda y realísima de la Pasión Cruenta. y envueltos en ese halo que de todo parece brotar en la tarde silenciosa, comenzaremos por presenciar la salida de la Carretería. La salida de esa Cofradía austera, tradicional y aristocrática, que este año ha de pasar por el trance tristísimo -trance compartido por Sevilla entera- de ver aparecer su "paso" de Virgen, desprovisto de aquel manto que constituía uno de los más preciados tesoros de la Hermandad. Por la banda trianera, buscaremos la suprema maravilla del Cachorro, como constante lección de Sevilla, para aprender a morir con los ojos clavados en el Cielo, y tras Él, el delicado primor de la Virgen del Patrocinio, y toda la teoría morada y nazarena de la Cofradía de la O.

Pasarán dolorosas e inconsolables, la Virgen de las Lágrimas, la Soledad de San Buenaventura, la Madre del Loreto y la Reina de Montserrat, y una vez más, sentiremos el escalofrío que pone en nuestra sangre el "paso" de la Sagrada Mortaja. y como arrastrados por su fúnebre campanillear, nos encontraremos sin poder nunca explicarnos cómo, en el Compás del antiguo Convento de la Paz.



Allí, en apartado rincón, bajo la lluvia aromada de un viejo jazmín, presenciaremos la entrada. Será totalmente inútil, el intentar describirla en todos sus detalles. Bien lo sabemos, aquellos que tuvimos alguna vez la gloria de vivirla. No obstante, procuraremos reconstruirla en sus aspectos más esenciales. Ya entró en la Capilla el cuerpo de nazarenos. El altar de insignias al fondo, va recobrando el mismo aspecto que tenía al ser colocado con esmero y cuidado sumo. Comienzan a aparecer los ciriales dos a dos, hasta completar los dieciocho que formen la Cofradía, y que es exacto, al número de antorchas que según piadosa tradición, acompañaron el entierro de Jesús, en aquel anochecer del primer Viernes Santo de la Humanidad.

Se encendía de fulgor vivísimo el muro blanco de la calle, y lenta, muy lentamente, va apareciendo el "paso" con el más logrado y sublime misterio de Sevilla.

Viene llorando más, mucho más, la Madre Dolorosa, y es más triste y desconsolado el llanto de las Marías y el gesto de los Santos Varones.

Se oye ahora, el latir acelerado de cada pecho y el vibrar conmovido de cada corazón; y de la altura, parece descender un coro de ángeles en vuelo silencioso, que ayudando a la Virgen Santísima de la Piedad, terminan de amortajar el Cuerpo de Cristo con plata de luna y reflejos de estrellas. Entra la Cofradía. Suena un lejano reloj. Alguna mano amiga nos toma del brazo, que oprime con emoción incontenible. Intentamos caminar de nuevo, y apenas si podemos conseguirlo. Queremos hablar, y apenas si podemos pronunciar palabra. Y es que nos está llorando, cofrades de Sevilla, la fibra más sensible del corazón, y es también, que se nos ha evadido el espíritu purificado del barro que lo portaba, queriendo volar hasta las plantas de María Santísima, por intentar consolar su dolor inconsolable.

Y en el aire de la noche, seguirá vibrando aquella canción poética brotada del pecho como una oración, al encontrarla momentos antes, cuando nos hizo exclamar:

¡Ay! qué pena más desnuda
viene cruzando la calle.
Seca campana de angustia
rueda y gime por la tarde,
entre naranjos en flor
lirios y clavel granate.
¡Ay! que pena más desnuda
viene cruzando la calle.


Una Cruz nuncio de muerte
pasa conmoviendo el aire,
y un camino tortuoso
de luminarias se abre,
bajo el palio de la noche
sereno, azul rutilante.


Pone un friso de silencio
la luna sobre las calles,
y la brisa es un pañuelo
de levísimos encajes,
que va recogiendo el llanto
de unas notas musicales.


La plata para el dolor
se hace bosque de ciriales,
y tras las nubes de incienso
humo, perfume y cambiantes,
Jesús muerto y descendido
viene en brazos de la Madre.


La luz del Amor Divino
nos ilumina la sangre,
y en el pecho de María
y en sus labios suplicantes,
el acero del dolor
afila Siete Puñales.


Y hay luto por las esquinas
y en la seda tremolante,
luto en el árbol florido,
luto en luna y el aire,
luto y silencio en la plaza,
luto en todos los andares,
luto en la acera que llora,
y en el quejido del cante,
cuando tu pena desnuda
viene cruzando la calle,
y al pasar le va poniendo
luto de aromas y encajes,
a una Sevilla de pena
crucificada en el aire.


Por vez primera este año, la popularísima Cofradía de la Trinidad pasará iniciando el desfile del Sábado Santo seguida del Santo Entierro, y por último, iremos al encuentro de La Soledad. Sí, iremos al encuentro de la Virgen de la Soledad, con pisada arrastrada al peso del cansancio y como sostenidos por ese hilo suspirante que parece surgir de cada esquina cubierta por la húmeda yedra de la noche. Sí, iremos al encuentro de la Soledad mientras llueven las estrellas expectantes. Y sola ya la noche. Y sola la sangre. Y sola la mirada. Y solo el silencio. Y sola la frente. Y sola la ilusión. Y sola, hasta la voz cansada y hueca del capataz, que después de pasear en triunfo una y otra vez a la Madre de Dios por las calles de Sevilla, se encuentra inesperadamente apagada y sola ante su bendita Soledad.

Todo solo ante la Soledad. Sola la brisa. Solo el espíritu. Solo el recuerdo y solo el grito, que de hacerse copla, exclamaría por el espacio huérfano de música y sonido en la triste noche penitencial:

¡Qué sola la Soleá!
camino de San Lorenzo
por la luna acompañá!


Y terminado el recorrido de nuestro sentimental itinerario, volvemos de regreso hacia el rincón íntimo del hogar, y otra vez por fortuna, volveremos a encontrarnos frente a frente, con esta Sevilla familiar, reducida, limitada y aparentemente detenida.
Con esta bendita Sevilla, Mariana por excelencia, que sabe transformarse al filo luminoso de cada Salve, o al borde blanco y dulce de cada Ave María. Con esta Sevilla, aparte en concepto y en idea.


Con esta Sevilla donde se puede ver bailar -como un símbolo- ante Dios mismo, bajo la impresionante majestuosidad de las bóvedas catedralicias; donde vamos a nuestro Cristo, como a Supremo Abogado de todas nuestras necesidades y a nuestra Virgen, como a Refugio único de todas nuestras tribulaciones. Con esta Sevilla universal, que supo levantar un día su Giralda hacia el cielo. Otro, su torre del Oro hacia el mar. Otro, su Parque de María Luisa para deleite de la tierra. Otro, su Archivo de Indias para goce de su aire, y otro, su Alcázar para recreo de su luz y de su sombra.

Y creó también, como compendio de perfección y perfección de perfecciones, el "paso" de palio, para trono de María.

Y para llevar en triunfo sobre ese "paso" a la Madre de Dios, Sevilla cuenta con manos maestras, que saben hacerlo encanto por sentido del Prioste, filigrana por sueño del orfebre, y florido vergel, por obra del florero.

Y tiene y cuenta también, con la voz y el esfuerzo de sus capataces y "costaleros" que son como los geniales taumaturgos de nuestro gran milagro procesional, y como los poemas de arte mayor de esa antología pasional y única de Sevilla, porque saben hacer soplo, ritmo y arabesco del tiempo y del espacio, con ese secreto del milímetro estético, que le metió en el alma y en el corazón, la luz y el aire de Sevilla, convirtiéndolos así, en ingenieros del primor y en arquitectos de la gracia.

Y voy a terminar: Ya sé que todo lo expuesto, sólo serán reflejos más o menos acertados de la auténtica realidad que constituye la Semana Santa sevillana; ya sé que la Semana Santa de Sevilla, no es ni esto ni aquello otro concreto y determinado, por caer siempre dentro del área de lo indefinible; ya sé que nuestra Semana Santa es una especie de consorcio de lo humano con lo divino; del dolor con la alegría; del amor con el sueño; de la vida con la Muerte y que sólo puede comprenderse cuando pasada ésta, sorprendemos un cofrade solitario ante el paso de su Cristo o de su Virgen, en mudo diálogo, donde siempre sobra la palabra. Sabiendo traducir el valor de su gesto, su mirada y su lágrima. Contemplando la espalda desnuda de un "costalero" anónimo, o el hombro y los pies de un penitente que caminó varias horas bajo el peso de una cruz, o arrastró las pesadas cadenas de su dura penitencia, implorando un favor, o rindiendo tributo de gratitud a una gracia recibida.

Ya sé, que la Semana Santa de Sevilla y así lo he citado en varias ocasiones a través de mi pregón- es algo inexplicable y sólo posible en esta bendita tierra, por milagro de su luz y de su aire. De ahí, la seguridad de que el mismo "paso", la misma cera, la misma flor, el mismo nazareno, igual capataz, idéntico "costalero", en una palabra, la integridad absoluta de nuestra Fiesta, dejaría de ser, constituir, y representar lo que es, al faltarle el hechizo de esa luz y ese aire que envuelven la Ciudad poseída sin duda de la gracia, en esos días conmemorativos de la Pasión, y ante cuya Cruz se descorrerán después los velos de dolor, para quedar alzada sobre la Ciudad llovida de sol y de aromas, y más que como surgida de la tierra, como descendida de los cielos, donde bajo el goce de la Resurrección, se extenderá el concierto solemne y armónico de la Giralda, y desde el pie de la cual, vamos a suplicar a Cristo Nuestro Señor y a su Bendita Madre Corredentora; con palabra reverente y emocionada; con el espíritu postrado ante el altar de nuestra más profunda devoción; con los ojos nublados de lágrimas sinceras, y con el corazón rebosante de bendita esperanza, el que concedan siempre a Sevilla y a sus buenos cofrades, su protección y ayuda; que iluminen el camino de nuestro constante esfuerzo; que hagan realidad el sueño de nuestra mejor ilusión, encaminada siempre a su mayor honor y gloria; que cubran y guarden con alas angélicas, el amplio sendero de nuestra fe; que hagan pródiga la mano de nuestra caridad; que reinen por siempre en nuestro cristiano sentir; que nos aparten de la sombra y de la tierra estéril; que sean nuestro escudo y defensa; nuestro faro y guía; nuestro norte seguro; que nos hagan próvidos en el perdón; que llenen de luz inefable el día de nuestra existencia; que derramen su infinita misericordia en nuestra hora final; que sea constante entre nosotros su divina presencia, y que el vuelo de su protección, luzca eternamente desplegado sobre el espacio azul de esta Sevilla, que se hace bajo su sol radiante, como paso de oro para el triunfo de la Muerte Redentora, y como paso de palio, bajo los tules de la noche, para la gloria hecha flor, en el rostro -cristal y seda- de la Bendita Reina de los Cielos.

Y que tengan por último la seguridad y aquí finalizo que si alguno de nosotros así nos lo suplica y desea con todas las veras de su alma, será por aquella razón que en musical estrofa cantó una voz fuerte y segura, sobre el pentagrama confuso de una madrugada inolvidable, al cruzar por ella El Cristo de Sevilla:

Si alguien te alza la mano
o te ofende, Gran Poder,
te juro Dios Soberano
que ése no pudo nacer
bajo el cielo sevillano.




He dicho.

Antonio Rodríguez Buzón, Pregón Semana Santa 1956. Teatro San Fernando

Primera parte del pregón Pregón 1956 - 2º parte


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