2 de octubre de 2014

Maese Pérez del Organista - Leyenda de Bécquer



Gustavo Adolfo Bécquer no solo cultivó la poesía romántica, de la cual fue un maestro con sus Rimas, también destacó en la prosa, escribiendo sus conocidas leyendas, una de las cuales exponemos a continuación.

En el convento de Santa Inés, aquel que fuese fundado por doña María Coronel tras su desdichado episodio con el rey Pedro I "el Cruel o el Justiciero", existía un órgano que era tocado por maese Pérez, un músico que dedicaba gran parte de su tiempo a ensayar, dejando de lado su vida social y familiar, lo cual le acarreaba no pocos problemas.

Tenía maese Pérez una hija que con los años decidió ingresar como novicia en el convento indicado, hecho este que dicen alegró sobremanera al maestro, adoptando la novicia como nombre religioso el de Sor María, en homenaje a la fundadora del convento.

Con los años Sor María llegó a abadesa llenando de orgullo a su padre; este prometió  a su hija en en la primera misa que esta presidiese, como abadesa de la congregación, sonaría en la capilla del convento "música tan hermosa que nunca antes había podido ser oída en Sevilla". La primera misa solemne sería la "Misa del Gallo" de la noche de Navidad.

En Sevilla se corrió la voz como la pólvora y toda ella esperaba con nervios la llegada de esa noche para poder comprobar si maese Pérez conseguiría su proposito, unos creían ciegamente en su maestría mientras otros hacían hincapié en la soberbia del maestro, mientras tanto, conocedor de la espectación levantada y no queriendo defraudar a su hija,  este ensayaba sin cesar buscando esa combinación de notas que hiciera de aquella solemne Eucaristía algo digno de recordar en toda la ciudad; tal era su estado de agitación que llegó a enfermar a pocas fechas del evento por no descansar lo suficiente.

La comunidad religiosa se encontró con la tesitura de que el organista titular no podía ejercer su cargo en misa tan importante por lo cual contrató para el evento a otro organista de inferior calidad artística, llamado "el Bisojo", sobre el cual Sevilla comenzó a hacer chanzas y bromas recordando su poco dominio del órgano y de la música.


Llegado el día la Iglesia se encontraba hasta los topes, y a la hora de comenzar la Eucaristía todos vieron con asombro como al recinto entraba un hombre mayor, despeinado, sin ciudar, con ropajes sucios.. era Maese Pérez que no quiso faltar a la palabra que había dado a su hija meses atrás. Comenzada la misa el órgano sonó deleitando a los presente con sonidos que rememoraban a todos los hechos que se celebraban, dicen los presentes que nunca oyeron música más bella.

En el momento de la consagración el órgano elevo sus notas y oyose un ruido sordo, un golpe, los que subieron al órgano para ver lo sucedido vieron en el suelo a maese Pérez que acababa de fallecer en ese mismo instante.

La conmoción en Sevilla fue mucha y durante varios meses no se habló de otra cosa que los sucesos de aquella noche.

Pasado un año, llegado la noche de navidad nuevamente la iglesia del convento de encontraba llena de gente. Durante ese periodo "El Bisojo" había ensayado con la intención de superar lo hecho el año anterior por su antecesor. Sevilla entera estaba en ascuas esperando el momento.

Iniciada la misa el organista no pudo arrancar una nota al instrumento, por más que lo intentó el órgano permaneció mudo, ante la imposibilidad de poder engrandecer el momento de la consagración con su música, el maestro abandonó la banqueta y se arrodilló junto a la baranda; en ese momento el órgano comenzó a sonar emitiendo las notas que en la Nochebuena anterior no había podido ejecutar maese Pérez por su fallecimiento.

La iglesia se inundó de una música sin igual con notas y acordes recordados por aquellos que tuvieron la suerte de disfrutar hacia un año del último concierto del padre de la Abadesa.

Al finalizar la celebración el órgano enmudeció y aquellos que en esos momentos miraban el instrumento pudieron entrever, entre las sombras del coro de la capilla, como un hombre, despeinado, sin cuidar, con ropajes sucios, abandonaba el lugar, nadie de los allí presentes dudó que se trataba de Maese Perez que había regresado de entre los muertos para completar la misa y cumplir la promesa hecha a su hija.



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