7 de octubre de 2014

Historia de Sevilla III - Época Islámica


En el Siglo VIII de nuestra era, en 710, se produce el fallecimiento de Witiza, rey visigodo de Hispania. En ese momento dos clanes a la sucesión enfrentan sus fuerzas, por un lado está el clan Wamba-Egica, del que formaba parte Witiza; y por otro el clan Chindasvinto-Recesvito, al que estaba aliado Roderico ( conocido como D. Rodrigo ). esta lucha de clanes, unidos al desastre demográfico de los últimos años, ( epidemias y grandes periodos de sequía a finales del S. VII ) favorecen la entrada en la península de los musulmanes.

Los historiadores consideran que el clan de Égica se alió con tropas musulmanas que habían conquistado el norte de África expandiendo el Islam. En principio esas tropas iban a servir de ayuda para reconquistar el trono, pero los musulmanes, viendo la debilidad de la monarquía visigoda decidieron avanzar hacía el norte y conquistar la mayor cantidad de tierra posible.

Los conquistadores árabes también contaron con el apoyo de parte de la población judía que estaba presente principalmente en los centros urbanos. La ayuda que los judíos prestaron a los conquistadores se debió a que aquellos, en su mayoría conversos forzados pero fingidos, eran reiteradamente hostigados por la legislación visigoda y sabían, por lo que había ocurrido en el norte de África, que mejoraría su situación al recibir de los gobernantes árabes el mismo estatus que la población cristiana.

En la primavera de 711 una expedición formada por unos 9000 hombres y mandada por Tariq Ibn Ziyad, lugarteniente de Mussa, gobernador del norte de África, entró en la península. Esta expedición conquistaría Algeciras, donde Tariq aumentó el número de hombres y desde donde se enfrentó a Don Rodrigo el 19 de julio de 711 en la batalla de Guadalete.

Se ocupó Medina-sidonia y Carmona, Sevilla fue tomada tras un largo asedio y a continuación marcharon sobre Mérida, cuyo asedio duró un año, en parte porque allí se habían refugiado los seguidores de Rodrigo, mientras los del clan de Witiza facilitaban la conquista no oponiendo resistencia, pensando que el ejercito musulmán una vez derrotado Rodrigo abandonaría sus tierras, hecho que no ocurrió así, pues las tropas del norte de África continuaron avanzando al ver la facilidad con la que las conquistas se iban sucediendo, eliminando cualquier posibilidad de que los visigodos volviesen a gobernar. Consiguieron controlar gran parte de la península ibérica, salvo la zona cantábrica, dominada por astures y vascones y donde se habían refugiado también los hispanogodos empujados por la conquista hacía el norte. Desistieron de continuar hacia el norte tras la derrota en Pointiers en 732, a manos del ejercito merovingio que dominaba la galia.

Los musulmanes, pertenecientes a la familia de los Omeyas, respetaron a judíos y cristianos pues pertenecían, como ellos, a religiones abrahámicas, lo que les dotaba de un estatus determinado. Este establecía que, aunque no formaran parte de la comunidad islámica, quedarían protegidos, tendrían sus jueces y conservarían sus ritos. Estas circunstancias motivaron una política de pactos de capitulación donde muchos aristócratas visigodos pudieron conservar propiedades e incluso cierto grado de poder


Hasta el asesinato de Mussa a manos de sus primos en 716 Sevilla hacía las veces de capital de Al-ándalus, nombre con el que los musulmanes bautizaron a la península Ibérica. A partir de ese momento la sede de gobierno se trasladó a Córdoba con el rango de Emirato independiente desde Abderramán I en 773 y convertido en Califato por Abderramán III en 929.

A destacar que en 750 la familia de los abasíes destrona a los omeyas y traslada el poder a Bagdad, en este punto cambian sustancialmente las condiciones de judios y cristianos en las zonas conquistadas, pues los abasíes van a considerar a estos grupos como esclavos.

Respecto a Sevilla, no cabe duda que el periodo de domino musulmán es de los más importantes de su historia, dejando profundas huellas en la ciudad y su población, solo es preciso dar un paseo por Sevilla para comprobar como sus monumentos, sus calles, su carácter aún está impregnado de ellos.

Un número de cristianos se convirtieron al Islam, eran los muladíes, mientras otros permanecieron fieles a la religión católica, los mozárabes.

La Sevilla islámica recuperó su histórico comercio; el puerto fluvial, al abrigo de los peligros del mar, canalizaba los productos locales o del valle del Guadalquivir y recibía los artículos de lujo, especias y metales preciosos de navíos y caravanas de Oriente y África. A mediados del siglo XIII la población había alcanzado los 80.000 habitantes.

La ciudad comienza su transformación con la construcción en el siglo IX de la Mezquita Mayor de la ciudad sobre la basílica romana, de la que se conserva su patio, con columnas y capiteles romanos y visigodos en el actual Salvador. Las calles principales se dirigían hacia la Mezquita; el resto era un laberinto de calles estrechas, tortuosas y sin salida con pasadizos cubiertos por las viviendas.

Se formaban barrios cerrados sobre sí mismos, separados por muros, arcos y puertas; y ocupados por familias de un mismo origen y actividad. Sevilla contaba con unos miles de viviendas, además de los edificios públicos.  Las casas, conforme al modelo islámico heredado del mundo antiguo mediterráneo, eran de muros exteriores cerrados, pero abiertas hacia un patio interior convertido en un pequeño jardín. Los espacios públicos se reducían a las mezquitas y los baños.

En el siglo XII Isbiliya se había convertido en la gran ciudad de Al-ándalus. A principios del siglo se comenzó la ampliación de las murallas hacia el norte hasta alcanzar los 5.995 metros, con sus 166 torres y 15 puertas y 287 Ha. El nuevo caserío, superior al preexistente, incluía gran número de huertas. A finales de siglo concluyeron las obras de construcción de la nueva Gran Mezquita, con su patio y su magnífico alminar llamada Giralda, aún en pie; frente a su puerta se levantaba el nuevo zoco de la Alcaicería de la Seda. Completaba este espacio el antiguo Alcázar, aislado del núcleo urbano y protegido por una muralla interior.

Para unir las dos orillas del río se construyó un puente flotante sobre barcazas, defendido por una fortaleza, el Castillo de Triana, en el otro extremo del puente. El puerto se situó en el Arenal, entre el puente y una coracha (brazo de la muralla) que con la Torre del Oro en su extremo, protegía el puerto y lo cerraba con una gran cadena tendida sobre el río.

También se levantaron palacios en los alrededores de la ciudad, como el de La Buhaira al este, o el de San Juan de Aznalfarache en el Aljarafe.


Historia de Sevilla I - Tarttesos y Roma 
Historia de Sevilla II - la época Visigoda 





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