3 de diciembre de 2014

Pregón Joaquín Caro Romero 2000 (1º parte)







EXCELENTÍSIMO Y REVERENDÍSIMO SEÑOR ARZOBISPO, EXCELENTÍSIMO SEÑOR ALCALDE, ILUSTRÍSIMO SEÑOR PRESIDENTE Y JUNTA SUPERIOR DEL CONSEJO GENERAL DE HERMANDADES Y COFRADÍAS, EXCELENTÍSIMOS E ILUSTRÍSIMOS SEÑORES, SEÑORAS Y SEÑORES, HERMANOS COFRADES DE SEVILLA

Tal día como hoy ella nació. Yo no estuve presente en su alumbramiento. Pero empecé a nacer con ella. Nací con ella porque llevo su sangre. Y la sangre de un cofrade de Sevilla sólo se puede dar cuando se recibe, para luego transfundirla en la propagación de la fe, y así sucesivamente en la noria del tiempo.

Tal día como hoy -ni antes ni después- nació con ella este Pregón, en una casita que ya no existe situada al abrigo de la parroquia de San Gil, donde se estrecha la calle Escoberos como queriendo abrazar todavía el recuerdo de la recién nacida, pronto bautizada a la luz de la vecina Madreperla. Le pusieron el nombre de la Patrona de Sevilla, Reyes. Llegó a ser una mujer guapa, alta y morena, que fue envejeciendo, deber y ley, para luego -milagro- desandar lo andado, hacerse principio en cada primavera penitente, hacerse joven en mis venas, hacerse muchacha en mi memoria, hacerse niña en mi corazón, como otro día se hará sueño conmigo cuando yo no la piense, porque volveré a estar a su lado en un reencuentro feliz de espíritu y materia.

Nació el 9 de abril de 1909. Hoy hubiera cumplido noventa y un años. Una fecha, un aniversario, los de hoy, que, fijados por la Providencia Divina, me ofrecen el convencimiento de que no ha llegado tarde a este atril. La madre de un cofrade de Sevilla es más que un recuerdo, es una permanencia nutricia y no puede estar ausente en las penas y las alegrías de su hijo. Y es tan honda la identificación entre la madre del cielo y la de la tierra que ni una ni otra pueden mejorarse, y en el verbo del pregonero la madre del cielo y la de la tierra se hacen carne y reconocimiento de amor en un intemporal retorno de intensísimas vivencias que se vuelven indivisibles en la unidad del espíritu. Y lo expreso retomando la voz de mi juventud:

Igual que ayer permanece.
Sale poco de su casa.
Mas cuando sale traspasa
la muralla y la florece.
Tan adornada, parece
una novia en el balcón.
Su cara y sus manos son
del pueblo los aledaños.
Siempre alivia desengaños
esta moza de San Gil,
que dicen que por abril
cumple diecinueve años.

Y Jesús, su Hijo, dos mil años. Si "en el cristianismo el tiempo tiene una importancia fundamental", como ha dicho Juan Pablo II, hay que retomar la idea básica de que el tiempo es sagrado: "los dos mil años del nacimiento de Cristo -prescindiendo de la exactitud del cálculo cronológico- representan un jubileo extraordinariamente grande no sólo para los cristianos, sino indirectamente para toda la humanidad, dado el papel primordial que el cristianismo ha jugado en estos dos milenios". Que en este gran jubileo -el primero en la historia de la Iglesia que coincide con un cambio de milenio- "la humilde muchacha de Nazaret, que hace dos mil años ofreció al mundo el Verbo encarnado, oriente hoy a la humanidad hacia Aquel que es la luz verdadera, aquella que ilumina a todo hombre". Aquel que es el Mesías y el Jubileo y que en la sinagoga nazarena leyó un pasaje de Isaías donde se anuncia que viene "a pregonar año de gracia de Yahvé".

¿Cuál es la misión de nuestras Hermandades en el tercer milenio? Todo se resume en una palabra: evangelizar, que "es la primera vocación y misión de la Iglesia". Lo ha dicho muy recientemente el Santo Padre, propulsor del apostolado seglar, que ha pedido que la Iglesia se abra más a los seglares. Por eso nuestras Hermandades deben seguir fomentando la vocación evangelizadora de la Iglesia como algo propio de su carisma, tal y como refleja la doctrina y el espíritu del Concilio Vaticano II. El cofrade debe redefinir su papel extendiendo "la mirada de la fe sobre los horizontes de la nueva evangelización" y tomando conciencia de la necesidad por involucrarse en las diferentes pastorales que ofrece la Iglesia como cauce para la transmisión del Evangelio. Y hay que llevar adelante todo esto sin desatender, naturalmente, la responsabilidad que le impone al cofrade el mantenimiento, el desarrollo y el traspaso de un tesoro de tradiciones, que son el mejor legado de su fe.

Expreso mi público reconocimiento y afecto, que no son otros que los del Senado y el Pueblo Hispalense, a dos hombres que sin haber visto la primera luz a la sombra de la Giralda han consagrado aquí sus vidas al servicio de Dios y de las cosas de Dios. Uno ha conducido a la Iglesia de Sevilla al año 2000 y al tercer milenio y otro ha llevado al órgano superior de nuestras Hermandades y Cofradías hasta tan significativas fechas jubilares: Fray Carlos Amigo Vallejo y don Antonio Ríos Ramos.

Cuando el próximo Domingo la Puerta de San Miguel se abra a la Cruz de Guía de la primera Hermandad que hace su estación de penitencia a la Santa Iglesia Catedral será como la versión sevillana de la apertura de las Puertas de San Pedro, San Pablo Extramuros, San Juan de Letrán y Santa María la Mayor, en un júbilo de túnicas blancas y cruces santiaguistas en los antifaces. La Entrada de Jesús en Jerusalén dará cumplimiento a la Escritura. La fe en el Salvador no puede sustituirse por otros valores como la paz, la concordia o el espíritu solidario, que no son otra cosa que la consecuencia de la misma fe y del amor al Hijo del Carpintero. Y la Catedral, "signo visible de la Iglesia, será el verdadero santuario de este año jubilar", en el que hay que estar "atentos a lo que Dios quiere decirnos" para reconciliarse con Él, como nos ha enseñado nuestro arzobispo Fray Carlos, porque en este bimilenario del nacimiento de Cristo la palabra reconciliación mantiene el mismo significado que conserva en el primer Evangelio, que nos trasmite: "Si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda".

Pero antes del Domingo, el Viernes de Dolores y el Sábado de Pasión, por Omnium Sanctorum y Torreblanca, las Hermandades del Carmen Doloroso y del Cautivo nos pondrán el alma de rodillas en un preámbulo de densidades pasionistas y jubilares.

En la Semana Santa del año 2000, la gracia del jubileo caerá sobre los cofrades de Sevilla y fertilizará sus corazones. Cuando la ciudad metropoliza sus dimensiones y descarga sus habitantes en una periferia hostil y deshumanizada, las Hermandades y Cofradías son la única conexión de las señas de identidad de muchos sevillanos.

Cada calle de Sevilla es como una arteria de Jerusalén, como un afluente del Jordán, como un depósito del lago Tiberíades, como un risco del Tabor o una prolongación de Emaús. Cada libro de Reglas es como un apéndice del Evangelio. El Evangelio se explica en cada paso de Misterio, en cada Crucificado y en cada Dolorosa. El apostolado lo pone Sevilla. Por eso cada barrio tiene en sus Hermandades y Cofradías la manufactura fragmentada del cuerpo místico de la Pasión que pone en la calle cada primavera.

Las circunstancias jubilares hacen del 2000 "un año intensamente eucarístico". Por eso el papel de las Hermandades que suman a su condición de penitencia el de sacramental es más relevante, pero sin diferenciaciones en el conjunto.

En la iglesia de Los Terceros el misterio eucarístico se hace cuerpo y sangre de Cristo en la encarnadura del divino Anfitrión y del Ungido de la Humildad y Paciencia. ¿Y María? ¿Dónde estaba la Virgen del Subterráneo cuando la Última Cena Pascual?

¿En dónde estaba María
cuando tomó el Pan el Hijo
y a sus apóstoles dijo:
"Hacedlo en memoria mía"?
Sí, ¿dónde estaba María,
en qué Subterráneo presa?
A todos dio la sorpresa,
que la Madre del Rabbí
estaba presente allí,
comulgando en otra mesa.
Comulgando en otra mesa:
la que Sevilla le ofrece,
Pan que en su crisol se cuece
y de tan puro no pesa.

El cáliz de la promesa
va por distintos senderos.
La fe de los costaleros
en sus lágrimas distingo
cuando Ella sale el Domingo
como el Sol de Los Terceros.

Herodes y Pilato estaban enemistados, pero se hicieron amigos, dicen, el día que se intercambiaron al Galileo, para no inmiscuirse en sus jurisdicciones respectivas. Una coyuntura que nos demuestra que "la política no es un problema de principios, sino de tacto". El Prisionero dio la callada por respuesta al que Él llamaba "ese zorro". El soberbio paso de la Hermandad de la Amargura recoge esta estampa que estremece y maravilla en un itinerario penitencial que en el Convento de la Compañía de Hermanas de la Cruz -donde su bendita titular, Sor Ángela, descansa en urna de cristal como Bella Durmiente- encuentra su atrio de humildad, caridad, pobreza y penitencia, en una fusión devotísima y coloquial entre el velo blanco de las novicias y el blanco de las túnicas nazarenas bajo la mirada maternal de la primera Dolorosa Coronada de Sevilla, en la que un cedro del paraíso se hizo carisma y carne inmortal en la memoria de las bienaventuranzas, como "el jazmín que aroma en tu camino", que plantó Adriano del Valle, y la dama de noche en una puerta del templo ofrecen otra corona para su corona, con leyendas palmáceas e historias palmarias.

Herodes tiene un palacio,
pero Tú tienes un cielo
donde se funde sin duelo
la cera con el topacio.
La tarde se va despacio
dejando la plaza en calma.
Ten, Amargura, mi alma,
que al repetirse la historia
no sé si estoy en la gloria
o si en San Juan de la Palma.

Ese tiempo amarillo de las fotografías resucita con el Dios azul de cada primavera entre cigüeñas, naranjos, palmeras, espadañas, veletas y torres. Los naranjos de la calle de Doña María Coronel; las palmeras y los cipreses del palacio de las Dueñas; las espadañas de la Paz, Espíritu Santo, Santa Inés, San Juan de la Palma, Montesión, Los Terceros, Santa Paula, Santa Isabel...; las torres de San Pedro, Santa Catalina, San Román, San Marcos...

Me siguen impresionando, igual que en el lejano Viernes Santo primero que la escuché, la doble campanilla que hace sonar el muñidor enlutado de la Hermandad de la Sagrada Mortaja, los dieciocho ciriales y el conmovedor Misterio de Jesús Descendido de la Cruz y de su bellísima Madre de la Piedad, cuando Sevilla, ante el porte de esta Cofradía, parece más exangüe que nunca en la tremenda tiniebla que nos acongoja al ver pasar al Redentor muerto en el escalofrío silente de las horas martirizadas.

Transcurrieron los años y el drama del Calvario creció con la Hermandad de los Servitas, que contribuyó a llenar el Sábado Santo con una descorazonada Dolorosa a la intemperie que, con el providencial fruto de sus entrañas inánime -o, mejor, dormido- en el regazo, multiplica su dolor por siete. Pronto se quedaría la Virgen tan sola que los hermanos servitas tuvieron que buscar otra y llamarla Soledad, no para distinguirla por el nombre, sino para extender el amor que no cabe en el pecho cuando es la Madre de Dios quien lo despierta. Dolores, Soledad y Esperanza, por ejemplo, no son nombres registrados con exclusividad en el censo de nuestras devociones, sino advocaciones muy desdobladas que expresan la fe que nos une en medio de la tempestad o la bonanza.

¿Qué son las Hermandades y Cofradías sino la propia razón de la existencia del cofrade? Las Hermandades vienen a ser en muchos casos la prolongación del hogar de sus hermanos, si no su hogar mismo. Lo fue de sus antepasados y lo será de sus descendientes. Por eso un buen cofrade espera y sueña que en la otra vida escogería como premio seguir recreándose en todo lo que quiso y dejó atrás en la tierra. Una elección muy clara, porque cada cofrade sabe lo que quiere.

Si es de San Julián, querría encontrarse -o se habrá encontrado ya- con la Dolorosa de la Hiniesta, la actual o las dos que se llevaron las llamas, de la que dependa su amor y su recuerdo; y reconociendo al que miró tantas veces bajo la fiebre de su antifaz azul dirá, como María Magdalena: "He visto al Señor".

Si es de San Roque, sabe que mientras hay vida hay esperanza, y más en este especial "año de gracia del Señor", con la Gracia de la Medianera Universal de todas las gracias y Madre de Jesús de las Penas por medio para superar infortunios y alzarse de las brasas penitenciales a la plenitud sacramental. Gracia y eucaristía, Gracia y Esperanza en el auge vital de una corporación que ya se asoma al esplendor de su centenario.

Va a cumplir cien la Hermandad
y entre Carmona y Osario
lo pregona el campanario
con lengua de alacridad.
Cien por uno es cantidad
que tan sólo el cielo ofrece.
Va a cumplir cien y parece
que la Niña de San Roque
sin que el tiempo la retoque
se ha mantenido en sus trece.

Si el cofrade es de la Redención en el Beso de Judas, del Prendimiento o de la Sagrada Cena, cabe recordar al poeta clásico, al autor de "Política de Dios y gobierno de Cristo", don Francisco de Quevedo, que veía en el discípulo traidor a un despensero, un ministro de hacienda, un arbitrista:

"Fue Judas gran ministro, no ratero;
las migajas dejó, porque atendía
a embolsarse su dueño todo entero".

Pero de traiciones e injurias nos olvidamos ante la belleza macarenizada de Rocío o al acordarnos de Paz, que lleva el porvenir del género humano en el plateado ramo de olivo de su mano izquierda, como Regla lleva una espiga, que cambiará el Sábado en San Lorenzo por los clavos y la corona de espinas, que es "la corona de la verdadera nobleza", al decir de Thomas Carlyle.

La Línea del fervor se hace Tiro sin distancia en el Líbano de Santa Genoveva; y austeridad en la Vera Cruz, aterciopelada en el manto sin resquicio al consuelo de María de las Tristezas; y Penas sobre Dolores y Dolores sobre Penas en la Hermandad de San Vicente, soñando con los naranjos de su feligresía; y un Museo itinerante de la piedad al aire libre del Lunes, donde el neobarroco y el neoplateresco se hacen salmo en las bellas artes y en la liturgia dramatizada del sobrecogedor Crucificado expirante y en el parterre anegado por las lágrimas de la Jardinera Santísima de las Aguas.

Y el Arenal, el barrio del Arenal, donde tres días de la Semana -Lunes, Miércoles y Viernes- se va a producir un triple milagro cofradiero desde los Postigos del Aceite y del Carbón a la Puerta que se asomaba a la antigua calle de la Mar rumbo a la Cestería.

Yo tengo en el Arenal
tres amores escondidos,
que son la Carretería,
las Aguas y el Baratillo.
Si la Virgen de la Luz
se muere al pie de su Hijo
sin que alcance la escalera
la altura de los martirios,
la del Mayor Dolor deja
todo el aire estremecido
mientras agoniza el Viernes
entre aquellos tres patíbulos
que allá por la Magdalena
dan también escalofrío,
que entre Varflora y San Pablo
se andan los mismos caminos.
Y esto Montserrat lo sabe
con sus ojos afligidos,
con su celestial prestancia
de sello montañesino.
Y lo sabe Guadalupe,
bonita entre lo bonito,
astillero del amor
-¿quién la olvida si la ha visto?-,
madrigal de un mayo eterno,
vecina nueva del río,
adonde la sangre llega
por Aguas de sacrificio
y con un Mayor Dolor
que ninguno ha conocido.
Hoy con Don Miguel Mañara
y antaño con San Jacinto.
Pero desde el Lunes Santo,
en la cuenta atrás de un siglo,
siempre con Juan Carlos Montes,
el del corazón partido
bajo las trabajaderas,
que transmite el heroísmo
de los hombres del costal,
eternizando el prodigio
del que sufre en la madera
y lo da todo por Cristo
y su Madre si hace falta
cambiar la vida de sitio.
Deslumbra una flor torera
en medio del Baratillo,
que mira a la Maestranza
y hace el quite si es preciso.
Es Caridad, Novia y Reina,
que presta boca al suspiro
y con su encanto transfiere
en su pañuelo prendido
todo el misterio y la gracia
que Lope y Florencio unidos
fueron capaces de hallar
en el suelo que ahora piso,
donde el amor se recrea,
y en medio de los olvidos
Piedad y Misericordia
ponen contrapunto al lirio.
Yo tengo en el Arenal
tres amores escondidos,
que son la Carretería,
las Aguas y el Baratillo.
Lunes, Miércoles y Viernes,
porque así Dios lo ha querido,
tres rosales se han abierto
muy cerquita del Postigo. 



Ante el recorrido penitencial más largo -el de la Hermandad del Cerro-, se descubre la diafanidad de la distancia, porque es la lejanía la que presta encanto a la contemplación. Contemplación que nos lleva a la teología ante el Cristo de la Buena Muerte, que desde una severa perspectiva que no causa desabrimiento ofrece la más augusta imagen de la serenidad; como el Cristo de las Almas devuelve la fuerza que el alma infunde al cuerpo.

Por Santa Cruz, el Cristo de las Misericordias invita a orar, en el ecumenismo que representa hablar desde la cruz a todos de la misma manera. Dios hecho Hombre en su unicidad. Si María "engendró un Hijo único, nosotros, en cambio, se lo presentamos dividido". De labios no cristianos salió un día una frase en la que podemos reconocernos: "La misericordia es el caudal de los creyentes".

Caudal que se hace llanto del pueblo en Encarnación y oloroso arriate amurallado en Candelaria. Si la belleza es la marca que Dios pone a la virtud, podemos empezar a imaginarnos las virtudes que endulzan el Dulce Nombre de la Rosa de San Lorenzo.

El Martes Santo los sentimientos se le entrecruzan al pregonero en San Esteban:


Uno quisiera llorar
las lágrimas no salen.
Es lo que le pasa a Ella
del Jueves Santo en la tarde,
cuando está en la Magdalena
o se asoma por Velázquez.
Sí, ya sé que Patrocinio
o que Aurora cuando salen
no saben llorar y esconden
el llanto entre los varales.
Pero a la que está a los pies
de la Sangre de su Sangre
en el descenso más trágico
que uno puede imaginarse,
se le han secado las fuentes,
se le han ido los caudales
de las corrientes secretas
que dan a los ríos su cauce.
¿Y por qué lloran los hombres
si no hace falta a los mares?
¿Y por qué llora Jesús
si no es débil ni cobarde?
Lo pregunto en San Esteban
pero ninguno lo sabe,
porque del llanto del Hijo
tiene la respuesta el Padre.
¿En dónde nacen las lágrimas
que no empañan los cristales?
Viendo a Jesús tan callado
sospecho de donde parte
ese llanto tan tranquilo,
tan resignado y suave,
que refresca y humaniza
sus mejillas celestiales.
Y antes que llegara el Viernes,
antes que se hiciera tarde,
Jesús fue a la Magdalena
sin que lo notara nadie,
para no esperar sentado
al Desamparo del Martes.
Y tan sencillo fue todo,
Señor de caña y vinagre,
Señor de ventana y reja,
que nada puede explicarse
sino mirando su cuerpo
con huellas de vendavales,
porque el soberano Cristo
de la Salud y Buen Viaje
le pidió a la Quinta Angustia
un sacrificio muy grande:
que dejara de llorar
y a San Esteban llevarse,
repartidas por su cara,
las lágrimas de su Madre.

Una de las claves hermenéuticas del pontificado de Juan Pablo II ha sido la preparación del gran jubileo, que tiene un "carácter claramente cristológico". Pienso esto porque el Miércoles Santo es un día de gran intensidad cristológica. El Miércoles Santo es la jornada mayor de los Crucificados en cuanto al número. De las ocho Cofradías, seis incorporan a Cristo en la cruz.

La Sed habla por la boca del Crucificado del barrio de Nervión, otro compasivo Rey sin corona, como el perdón se asienta en la primera de las Siete Palabras de Cristo y la muerte se proyecta en la reciedumbre del Cristo del Buen Fin, en la solidez del de Burgos, en la relajación del de San Bernardo, en la distensión del de La Lanzada.
Si con el último suspiro vino a nosotros, al hacerse la voluntad del Padre, su Reino, Santa María de Consolación explica el cielo con sus pupilas celestes, y la franciscana Virgen de la Palma lo acerca en los terciopelos azules de su manto y su palio, y la Madre de Dios de la Palma lo interroga con sus ojos misericordiosos, y Regla pone la excepción, guardándolo en el recato de su mirada que se hace doble cruz de San Andrés en la candelería, encendida con la antorcha que alumbró el rostro del Hijo traicionado en la oscuridad de Getsemaní y propagó el resplandor de su llama hasta la Madre, que parece decir: "¡Luz, mi cruz; cruz, mi luz!".

Si todas las Dolorosas de Sevilla son el refugio del cofrade, hay una que además lo lleva por nombre:

Va por un puente sin río
y es el puente su escabel,
por si se cae un cairel
del dulce Refugio mío.
Va en un paso con trapío,
que reluce tan gallardo,
que es el clavel y no el nardo
quien con puntería artillera
mide la gracia torera
del barrio de San Bernardo.

Cuando decimos eso de que Sevilla en Semana Santa es como una nueva Jerusalén, más que un lugar común, es una certidumbre, porque no hay otro lugar del mapa que recree como Sevilla una realidad histórica y religiosa con tanta aproximación al modelo. Sevilla, cuna de dos emperadores romanos, a la que Cervantes llamaba "Roma triunfante", es, por su pasado y por su forma de ser y de sentir, el escenario perfecto de la Pasión, que vive con inigualable intensidad, día a día y minuto a minuto. El dédalo urbano de nuestras Cofradías y Hermandades, con sus puntos de encuentro y desencuentro, contribuye a enmarcar las procesiones sobre una superficie que ofrece márgenes, perfiles y surcos para la idealización, la sugerencia y el efluvio de un secreto hontanar de raíces donde la contemporaneidad se hermana con los ancestros. Los recorridos penitenciales se desarrollan en su mayor parte en donde estuvo la Sevilla romana: la Sevilla de César y de Augusto, de Tiberio y de Claudio. Julio César fue para la Sevilla romana casi lo que el Rey San Fernando fue para la Sevilla cristiana.
Aquí los papeles más antipáticos los tienen los judíos. A Pilato le tenemos, si no simpatía, algo que se le parece mucho y que termina siendo simpatía. Le podemos dedicar una plaza incluso. Y calles a César, Trajano, Adriano, Teodosio. Y una avenida a Roma. Y una alameda a Hércules. Pero a Caifás, Anás y Herodes no los aceptemos en el callejero, con sacarlos a la calle en la Gran Semana es suficiente.

Todos nuestros pasos, vengan de donde vengan, procesionan por donde la poderosa Roma plantó las águilas que fueron sustituidas por la cruz, por donde el genio romano dejó su cultura, sus foros, sus templos, sus puertas, sus murallas, su circo, su teatro, su anfiteatro, su curia, su basílica, sus termas, sus estatuas... Al pregonero, desde su infancia, siempre le han gustado los pasos de Misterio, y con soldados romanos, más todavía. El pregonero alcanzó a ver a los romanos en su barrio, que eran los de la Hermandad de la Amargura, que escoltaban a los del paso de Herodes. El siglo XIX fue el de la apoteosis. Más de una docena de Hermandades incorporaron romanos a los desfiles procesionales. Pero ahí está, todavía, dándole vida, pulso y gracia a la Sevilla romana, la Centuria macarena, que ha alcanzado tanta perfección y solera que poco se parece a la que retratan los versos de Villalón y que contrasta con la milicia severísima del Santo Entierro. El armao macareno está tan imbuido de su condición de tal que uno de los miembros históricos de la Centuria llegó a decir: "Si yo llego a ser legionario en tiempo de Pilato, no crucifican a Cristo". Sin medir el alcance de sus palabras llega a ponerse al lado de la "brújula mental" de los escritores surrealistas franceses, Roger Caillois, que noveló el proceso de Jesús con un desenlace diferente al real: el reo es liberado y, por consiguiente, no hay cristianismo ni redención. Pero en el tribunal de Gábata pasó otra cosa.

Ya en la antevíspera del Domingo de Ramos, los senatus le dan "aire de Roma" a la ciudad:

La torre de Omnium Sanctorum
está mirando hacia Roma,
y en la calle Anchalaferia
ya hay plumeros que la adornan.
Roma toma posiciones
y Sevilla las remonta,
que por la Paz llega el Carmen
a imponerse a la carcoma.
Lo va diciendo Jesús
Despojado por Varflora;
y a continuación lo dice
el Cristo de la Victoria;
y las Penas de Triana
por San Jacinto y Rioja;
y lo dice la Amargura
con su Silencio en la Europa,
y San Gonzalo al pasar
por la avenida de Coria.
Y Longinos en el Cerro
y en la Lanzada alevosa.
El ultraje en San Esteban
lo va diciendo con mofa.
Y San Benito lo dice
por la Puerta de Carmona,
que el barrio de la Calzada
no tiene miedo a la loba,
ni el águila macarena
teme a la flecha o la honda.
La Bofetá en la Gavidia
echa a volar las alondras,
mientras que los Panaderos
y la Exaltación escoltan
en el Huerto y el Calvario
a la muerte y la derrota.
En el Buen Fin disolvieron
a la cohorte pretoria,
pero no en las Cigarreras,
que acarician lo que tocan,
mientras que dos Esperanzas
ponen su pena barroca
detrás de los condenados
que de noche y día enamoran,
que el Sentenciado, el Caído,
dan alegría redentora
cuando suena la trompeta
de la Centuria gloriosa
y la emoción de Triana
sube del pecho a la boca
con el gozo del Caballo
y el centurión que lo monta.
Y al llegar la Madrugá,
más movimiento de tropa
con los hombres de la berza,
del pescao y de la recova.
Vienen de la Encarnación
y son donantes de rosas.
El agua para Pilato,
la sed para Claudia Prócula.
Todo en el aire lo dice,
que todo está en la memoria,
en el suelo que pisamos
y en la cruz que da su sombra.
Sin saber dónde comienza
Sevilla o acaba Roma.
Pero Sevilla lo explica
de cincuenta y nueve formas,
que es en todas las esquinas
de su pasado la copia.
Sevilla lo expresa así,
de penitente y anónima,
o con penacho de plumas,
coraza, rodela y gola.
Y así propaga su fe
y santifica su historia,
dándole al César lo suyo
y a Dios lo que más importa,
con el cirio en una mano
y el Evangelio en la otra.

EL Jueves Santo es un día donde las sagradas imágenes que procesionan -menos dos, el Cristo de la Fundación y el del Descendimiento- tienen los ojos abiertos en una mirada sin retorno. Si el hombre disimula y encubre, Dios ha querido que lo único que no pueda disfrazarse sea la mirada. Y el hombre ve más allá de sí mismo cuando mira los ojos del Cristo de la Exaltación, de Jesús en el Huerto, del Señor de la Columna, del Coronado de Espinas y de los Nazarenos del Valle y Pasión. Seis momentos diferenciados para seis miradas distintas que, como centinelas del sacrificio, nos llevarán al puerto seguro de la vida eterna. Parece que el reloj -igual que las pulsaciones- acelera su marcha y las circunstancias programadas se interponen para hacer imposible la ubicuidad cuando la delicadeza hecha transparencia y latido en los varales del palio del Rosario acaricia la cal de la morada de Sor Ángela y la Cruz de Guía de la Macarena se pone a los pies de la Luna en Resolana.

Llegó la Madrugá y con ella los contrastes de clamor y silencio, de silencio y clamor, en una sincopada alternancia de emociones. En la Campana, por ejemplo, el pueblo de Sevilla va a tener reacciones que sólo pueden explicarse y entenderse desde la sevillanidad y el sevillanismo.

¿Por qué Sevilla se calla,
por qué Sevilla no duerme,
por qué Sevilla esta inerme
y hace de su fe muralla?
¿Por qué Sevilla es vasalla
del Rey de la Cristiandad?
¿Por qué Sevilla es verdad
y lleva a María en su seno?
Porque pasa el Nazareno
que está en San Antonio Abad.
¿Por qué Sevilla enmudece
y es de la Pasión proscenio,
y en el cambio de milenio
con su Cristo permanece?
¿Por qué Sevilla florece
cuando quiere florecer?
¿Por qué quisiera coger
la Cruz con sus propias manos?
Ya lo sabéis, sevillanos:
porque pasa el Gran Poder.
¿Por qué Sevilla es clamor,
por qué Sevilla está en vela,
por qué llora y se consuela
llorando sin el dolor?
¿Por qué Sevilla es amor
y a su palio se encadena?
¿Por qué de gloria se llena
Sevilla cuando Ella avanza?
Porque pasa la Esperanza,
la Esperanza Macarena.
¿Por qué Sevilla regresa
a los clavos y al mutismo,
y deja de ser el mismo
hasta el aire que la besa?
¿Por qué en la Cruz la confiesa
Cristo en su confesonario,
y sin cambiar de escenario
Sevilla muere un momento?
Es porque muere en el viento
con el Cristo del Calvario.
Y otra vez la algarabía,
la convulsión y la fiesta.
La calle se hace floresta
para su floristería.
¿Por qué Sevilla es bahía
si no tiene mar y es llana?
¿Por qué es tartesia, romana,
apostólica y creyente?
Porque pasa por el puente
la Esperanza de Triana.
¿Por qué Sevilla es Salud,
aunque tenga mucha Angustia?
¿Por qué su fe no se mustia
ni se apaga su virtud?
¿Qué estigma de juventud
quedó en San Román, hermanos?
Ay, cofrades sevillanos,
qué gozo de parihuelas
cuando baja por Peñuelas
la Hermandad de los Gitanos.

Cuando la Hermandad de los Gitanos aún no ha llegado a la plaza del Duque, las puertas de San Antonio Abad se cierran en silencio herido tras el palio de la Concepción, un suspiro que no recoge en su boca el oro nuevo del amanecer. Y el pregonero no puede ni quiere quitarse del pensamiento a Quien a esa misma hora va por la esquina de la primitiva calle de los Pergamineros, donde nació el poeta Manuel Machado, el que dijo que Sevilla lo tiene todo, porque el Poderoso Gran Señor que está pasando tan cerca de su casa le ofrece a Sevilla la fe y la caridad. Y Sevilla, ante lo más evidente y lo más arcano, lo lleva con paso racheao, con todo el peso de la humanidad doliente y enferma, desde la espina que le atraviesa hasta el talón gastado por los besos. Es Dios encarnado, hecho hombre como nosotros, con todas nuestras humanas miserias, excepto el pecado. Sólo Él podía inspirar textos antológicos, la mejor literatura de nuestra Semana Santa: Le vemos desde lejos, de costado, estremecida la pujante figura, torcido el paso, pero decidida la andadura. Adelanta con ansia el cuello, que yergue la pesada cabeza atormentada, revuelta en la dura trabazón leñosa, cayéndole el cabello en pesados mechones pegajosos de sudor y sangre. Escoriada la tez, ennegrecida la faz, la lengua y el labio resecos. El pie izquierdo asienta la pisada aferrándose a la tierra, mientras el derecho parece casi alado. Las nervudas manos, como engarfiadas, se agarran al travesaño de la cruz, hasta llevar el mástil en vilo, sin arrastrarlo. Así camina.

Todo se esdrujuliza en la dramática
madrugada del signo más ascético.
Todo se magnetiza en el magnético
paso de un Hombre con la cruz mesiánica.
No hay música, pintura ni gramática
que expresen su equilibrio apologético.
Y por Él se hace todo más patético
en la túnica, el cirio y la dalmática.
El sudor con la espina se enrojece,
y se pone morado y bruno el lienzo,
y la tez se hace tierra y se oscurece.
No, no es el fin, que sólo es el comienzo.
Queda mucho que andar y ya amanece,
Padre Nuestro que estás en San Lorenzo.

Los sevillanos nos movemos más por el tiempo que por el espacio. Rodrigo Caro acostumbraba a decir: "No he navegado en mi vida más que de Sevilla a Triana". Hubo un tiempo, muy lejano, en que las Cofradías trianeras no cruzaban el río. Hacían la estación de penitencia a la Real Parroquia de Señora Santa Ana, la Catedral trianera. Pero está bien que María salga a visitar a prima Isabel una vez al año. Qué inmenso honor. Y la Estrella incomparable, desde su observatorio de amor de San Jacinto, polarización de devociones, se viste de Domingo de Ramos, coge el camino más corto, el más recto, y se planta en Sevilla, que le dice: "Bendita Tú entre las mujeres. (...) Pero ¿cómo es posible que la Madre de mi Señor venga a visitarme?". Y esta salutación de sorpresa, júbilo, entendimiento, cariño y complacencia va a repetirse el Lunes ante la Hermandad de San Gonzalo, donde Triana enriquece su trianerismo, y en la Madrugá esperanzada, y en el Viernes nazareno y expirante.

¿Qué es Triana, un milagro o un regalo?
Allí por donde va deja su huella.
Ilumina las calles con la Estrella
y trae la Salud de San Gonzalo.
Y entre tanta hermosura, un intervalo
para soñar con la Esperanza aquella.
¿Conoce Cristo cuál es la más bella
mientras expira en un sangriento palo?
Dos equilibrios, dos serenidades:
Patrocinio y La O. Y un Nazareno
que desata la fe de los cofrades.
Y un Cachorro que llega a la Campana
y nadie frente a Él se siente ajeno,
que el cielo aquí se explica con Triana.

Desde la óptica figurada se ha conjeturado sobre si el Cachorro muere en Sevilla o en Triana. Pero nadie lo ha visto muerto. Y es que este Cristo no acabará de morirse nunca. Está tan dentro de nuestra vida que seremos nosotros los que traspasemos la última Thule antes que Él, porque el Cachorro, rezagado en una agonía interminable, seguirá interrogando a la niebla letal que se cuela por su ojo derecho, mientras con el izquierdo nos adelanta el preanuncio de la resurrección.

Triana es para el pregonero, aparte de sus Hermandades y Cofradías, el encuentro con el tiempo perdido, sus catorce años, el amor, el paseo en barca, el corral de vecinos, el patio, la cita, la novia, la cucaña, la misa en Santa Ana, el gozo de vivir, en suma.

Sé donde la vida empieza,
no donde la vida acaba.
Los gitanos en la Cava
y Ella en la calle Pureza.
Tres veces Cristo tropieza
al salir de la besana.
Y la dulce Capitana
quiere llevar el madero.
Ay, Señor, ¿por qué la quiero,
si yo no soy de Triana?
Después de cruzar el puente
y visitarla en su casa,
yo no sé lo que me pasa
que me siento diferente.
Si la espada del relente
corta en sueño a la mañana,
mi sangre se hace campana
por su nudo marinero.
Ay, Señor, ¿por qué la quiero,
si yo no soy de Triana?
Esperanza Trianera.
Yo con nadie la comparo,
pues siendo de Dios el faro
es su celeste alfarera.
No hay naufragio en su ribera
ni sombra en su atarazana,
aunque un palo de mesana
pueda ser cruz en su albero.
Ay, Señor, ¿por qué la quiero,
si yo no soy de Triana?
¿De dónde este amor, quién puso
raíces en su camarín?
Que este amor no tiene fin
y estoy en su amor recluso.
El mundo es ancho y difuso,
la vida es una Semana;
y cuando Ella se engalana
yo me siento trianero.
Ay, Amor, ¿por qué la quiero,
si yo no soy de Triana?

Las Hermanas de la Cruz y las Hermandades y Cofradías de Sevilla comparten muchas cosas en sus caminos evangelizadores. Por eso el pregonero quisiera expresar hasta qué punto las Hermanas de la Cruz llevan dentro de su espíritu a las Hermandades y Cofradías. Con un ejemplo baste. Desde hace medio siglo las Hermanas de la Cruz escuchan en cuaresma una marcha cofradiera centenaria interpretada al órgano por alguna de las hijas de Sor Ángela. La marcha es "Virgen del Valle". Su autor, Vicente Gómez-Zarzuela, cuando en 1875 se funda la Compañía de la Cruz, ya había nacido. ¿Y por qué tocan "Virgen del Valle" las Hermanas de la Cruz en cuaresma? Hay que remontarse, para explicarlo, al año de 1949, que es cuando ingresa en la Compañía una linda muchachita sevillana llamada María Pilar, que a partir de entonces se llamará Hermana Nieves de Jesús. Aún vive, por cierto, y camino de cumplir los ochenta años de edad pasea sus desmemoriadas soledades sin reconocerse ni a ella misma. La Hermana Nieves de Jesús, organista -de casta musical le venía-, interpretaba al órgano "Virgen del Valle". ¿Y por qué esta marcha y no otra? Muy sencillo, porque, además de ser una obra imperecedera, la había compuesto su padre. Qué cosa más grande, cofrades de Sevilla, es haberle dado a la eternidad esta cumbre de la música cofradiera y que después la toque una hija nuestra vistiendo el hábito de Hermana de la Cruz.

Le pido a la Reina del Dolor, la Santísima Virgen del Valle, que en el valle de sus ojos verdes le guarde un sitio de luz y sueño a esta religiosa, a la que el pregonero escuchó interpretar al órgano la marcha concebida por su padre. Y también les pido a todas nuestras Vírgenes y a todos nuestros Cristos por las Hermanas de la Cruz, de las que tenemos tanto que aprender. Por ejemplo, caridad; por ejemplo, sacrificio, humildad, penitencia... Ellas, las Hermanas de la Cruz, ante las Hermandades y Cofradías, ejercen el papel de las santas mujeres al pie de la Cruz y vienen a ser como las vírgenes prudentes del Evangelio. Las conozco. Nací y vivo a su lado. Sor Ángela me puso en el camino de la felicidad el 30 de Mayo de 1964, al colocarme ante la niña que iba a ejercer de madrina en la coronación de la Macarena al día siguiente, y que llegaría a convertirse en la madre de nuestras tres hijas.


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