18 de noviembre de 2014

Doña Leonor Dávalos y su trágica muerte.



Por artículos anteriores se conoce ya la fama, totalmente justificada, de persona iracunda que atesoró a lo largo de su reinado Pedro I "El Cruel". Como casi siempre que aparece en escena el monarca, la muerte o la tragedia forman parte de la historia, y en este caso que hoy narramos no podía ser de otra forma.

Corría el año 1367 cuando reinando Don Pedro se produjeron una serie de revueltas; hay que recordar que en aquellos años se disputaban el trono el propio rey y su hermanastro Enrique de Trastamara, ( Pedro era hijo de Alfonso XI y María de Portugal, y Enrique hijo bastardo del propio Alfonso XI y de Leonor de Guzmán. La nobleza apoyó a Enrique, pues diversas leyes de Pedro habían aumentado el poder real frente al poder de los nobles )

Uno de los nobles favorables a don Enrique era Juan Alonso Pérez de Guzmán, a la sazón hijo de "Guzmán el Bueno", primer Duque de Medina Sidonia y aquel que en la defensa de Tarifa arrojó su propia daga desde las murallas para que su hijo menor fuese ajusticiado antes de rendir la plaza.

Don Juan Alonso casó con doña Urraca Ossorio de Lara, la cual a resultas de las revueltas fue apresada y acusada de promover la rebelión; en posterior juicio, con escasas garantías judiciales, la noble fue declarada culpable y condenada a morir en la hoguera.

Se preparó todo en la actual Alameda de Hércules al objeto de llevar a cabo la sentencia y doña Urraca fue asida al mástil y prendido fuego la pira que acabaría con su vida; en el instante en que las llamas calentaron el aire este, al ser más ligero, ascendió y levantó los ropajes de doña Urraca con la consiguiente algarabía del populacho, que veía como la noble, además de la vida, perdía el decoro al mostrar su ropa interior.

En ese momento, ante el espanto de los presentes, una sombra se avalanzó sobre doña Urraca; era Leonor Dávalos, sirviente de la señora que, viendo como el pueblo se mofaba de su señora, no pudo evitar lanzarse a las llamas, asír a doña Urraca por la cintura y evitar que sus ropajes siguiesen elevándose al aire y dejándola desnuda.

Así, sin pretenderlo, Leonor pasó a la historia como ejemplo de lealtad, muriendo junto a su señora y salvando la dignidad de la misma.

En el nomenclátor de Sevilla se recuerda este hecho estando una de sus calles dedicada a tan leal servidora, y otra calle recuerda el lugar donde ambas murieron pues en ese lugar se colocó una cruz cuya base era una tinaja, dando lugar a la calle "Cruz de la Tinaja".


No hay que aclarar que ambas mujeres, sus cenizas, yacen juntas, hubiese sido imposible separar las cenizas de una u otra dama, y sus restos están en el Monasterio de San Isidoro del Campo en Santiponce, pueblo cercano a Sevilla. Bajo el mausoleo donde están los restos hay una lápida indicando el trágico suceso.









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