12 de marzo de 2015

Pregón Antonio Burgos - 2008 (1º Parte)




Con la venia de Sevilla:

Como un llamador que con sus golpes convoca la atención de los costaleros, han sonado las notas finales de "Amargura" a las que todos por dentro le decimos un óle que nos sale del alma. Nos han avisado esos golpes de llamador para meternos bajo la trabajadera. Y es como si los hubiera dado el magisterio del capataz que tenía nombre de escultor del Barroco, Ariza el Viejo, pues imágenes efímeras de perfección en el tiempo modelaba. Como si estuviera llamando Alfonso Borrero, con todo el arte de la colla del muelle con que creó las levantás a pulso...a pulso de corazones. O Manolo Bejarano, poderío de una voz de hondura trianera y frescor de mañana agosteña con nardos de la Virgen. Como si llamara la reciedumbre de Salvador Dorado, el único Penitente que ha habido con macho dentro de la tela del antifaz de su hombría, que fue su valentía para salvar de las llamas cobardes, fratricidas y asesinas a su camarada trianero, el Cristo de la Expiración. Es, en fin, como si fuera a llamar, perfección y medida, Sevilla clásica de palio de cajón, el señorío del maestro Rafael Franco Rojas. 
Y es como si ahora sus antiguas, recias voces le preguntaran a Sevilla:

¿Estáis puestos, tambores y cornetas, "con la pena cabal de la alegría"?
¿Estáis puestos, tintineos de las caídas de palio, para que hagáis compás con los varales?
¿Estáis puestos, amaneceres de las murallas del Alcázar, para que se recorte en vuestra alboreá el crujío del Cristo del Calvario?
¿Estáis puestos, malvas del atardecer del Viernes en Triana, para que entonéis, como en un cuadro romántico de Barrón, con las túnicas de los nazarenos de la Virgen de la O?
¿Estáis puestos, cielos de Sevilla, azul Carretería, azul Hiniesta, azul Baratillo, azul Estrella, azul San Esteban, azul Montserrat?
¿Estáis puestos, vencejos del Museo, para que le quitéis las espinas al Señor de Sevilla, cuando venga el Viernes quebrando albores? 
¿Estáis puestos, tristes balcones vacíos de las casas cerradas y abandonadas, en los que conmemoramos la pasión y muerte de esta Sevilla soñada que se nos va de entre las manos?
¿Estáis puestos, naranjos de Las Penas de San Vicente o del Subterráneo por Doña María Coronel; acacias de las Rondas, rosales de las plazoletas con albero nuevo, geranios que colgáis de los balcones y que seréis acariciados por los enclavados dedos del Cristo de las Aguas?
¿Estáis puestos, muros de cal de los conventos, bronces de las espadañas, faroles de las esquinas, paredes de la Alcaicería, para que pueda caber la inmensidad de los ojos de Madre de Dios de la Palma?
¿Estáis puestos, Puente de Triana, Andén del Ayuntamiento, Compás de la Laguna, Rampla del Salvador, ojivas de San Julián y San Esteban?
¿Estáis puestos, capirotes de la calle Herbolario, antifaces de terciopelo, cinturones de esparto, cíngulos de seda, ropones de los pertigueros, corazas de los armaos, guerreras de los músicos, fajas de los costaleros, dalmáticas de los acólitos, rituales ornamentos de la penitencia? 
¿Estáis puestos, lagrimeos de la cera en las tandas de las candelerías, luces de las marías que gozáis de la cercanía de la gracia de la Virgen que como vosotras se llama?
¿Estáis puestos, rayos de la luna entre las palmeras de la Gavidia, esperando a la Vera Cruz de Cristo?
¿Estáis puestos, jarrillos de lata, que de plata sois, y cántaros de los aguaores, que ánforas mejores nunca llevó la Bética al Monte Testaccio de Roma?
¿Estáis puestos, pabilos de las cañas de los Santizos para el supremo arte de encender una candelería, chorreones de los cirios que vais alfombrando de cera la carrera oficial como no lo haría ni la Real Fábrica de Tapices?
¿Estáis puestos, mármoles del suelo de la Catedral, para que sientan el doble repeluco del frío y de la dicha del estreno de Lunes Santo los pies descalzos de los penitentes del Cautivo del Polígono? 
¿Estáis puestos, varales maestros y candelabros de cola, respiraderos, faldones y maniguetas, zambranas y trabajaderas, traseras que dais jabón por la Cuesta del Bacalao?
¿Estáis puestos, palcos de la plaza, sillas de Quidiello de la carrera oficial, palquillo de la venia en La Campana?
¿Estáis puestos cristales de los escaparates de la calle Sierpes, para que se reflejen las candelerías?
¿Estáis puestos, damascos de las colgaduras de los balcones donde se atará la palma nueva con lazos de los colores de la hermandad, para que, agarradas sus manos a vuestra barandilla, desaparezca en un instante ese saetero que se santigua en cuanto ha acabado de cantar su oración? 
¿Estáis puestos, escalofríos de las marchas, Estrellas y Aguas, Amarguras y Penas, Soleares que nos dais la mano con el pañuelo de encajes de una Virgen?
¿Estáis puestos, oboes y fagotes, voces de la capilla musical de la Quinta Angustia que nos recordáis las viejas placas del Miserere de Eslava?
¿Estáis puestos, muñidor de la Mortaja, llave del sagrario en el pecho del asistente en la Ronda del Jueves Santo; Verónica y Fe de Montserrat; espada del Silencio; pelícano del Amor; rosarios de Montensión; avión de la Virgen de Loreto; antorcha del Prendimiento; palmera de La Borriquita; gallista pluma de Muñoz y Pabón en la saya de la Esperanza?
¿Estáis puestos tíos de la escalera, novias del costalero, amigos del nazareno de Martínez de León, veladores del Salvador, carritos de los niños chicos en las bullas, tizas de los mostradores, sobaduras de los zapatos nuevos del Domingo de Ramos?
¿Estáis puestos, integrantes de la bulla soberana?
¿Estáis puestos, silencios de la calle Francos, esperando al verdadero Silencio del Primitivo Nazareno de Sevilla?
¿Estáis puestos, centenarios papelones de pescao frito del Arenal, pestiños de la confitería de la Campana donde los paladares piden la venia, ruedas de calentitos de plata de Juana en el Postigo y regimientos de soldaditos de Pavía que mandan los coroneles de El Rinconcillo? 
¿Estáis puestos, plateados globos de los racimos infantiles de ilusiones, para que cuando La Paz venga por el Parque os sigáis escapando de nuestras eternas manos de niños que piden cera?
¿Estáis puestos, estrenos de los trajes de punta en blanco de los canis con su uniforme de gala, aplausos a las cuadrillas, dedicatorias de las levantás, petaladas de los balcones de los barrios, óles a las saetas, trajes oscuros, chaquetitas azules, mantillas del Jueves Santo, monumentos de los sagrarios de los conventos, corbatas de luto del Viernes en que está definitivamente muerto el Señor de la Caridad cuya mano sangraba aquella rosa en Santa Marta?
¿Estáis puestos, cardos y yedras de la Canina que nos decís que la muerte no es el final ni siquiera de la Semana Santa, porque proclamáis el triunfo de la Santa Cruz en la Jerusalén de Sevilla?
Mira que voy a llamar... Mira que voy a llamar con el bronce de las campanas de la Giralda...
¡Tós por igual, valientes...! ¡Tós por igual, valientes testigos y profetas de nuestra fe según el Evangelio de Sevilla! 

Sevilla un sueño levanta... 
¡Al Cielo con este cielo
llamado Semana Santa!


Los poetas que no vinieron

Siguiendo tus divinas enseñanzas, Padre Nuestro que estás en los cielos que perdimos, nos atrevemos a decir que llegamos, venga de frente, muy poco a poco, aguantando esa trasera de la emoción, las llamadas las quiero muy cortitas, en nombre de los poetas enamorados de Sevilla que escribieron sus sentimientos en ruán de tinta sobre merino de papel, pero que nunca pudieron pelar la pava con su ciudad querida en esta reja solemne de la mañana vesperal del gozo. 
Venimos con el sentir de los sevillanos que nos echamos a la calle para ver las cofradías de una Semana Santa soñada que quizá ya no exista más que en nuestro corazón y en nuestro recuerdo. Y para emocionarnos con todas. Como sentenció Silvio el Rockero, cantor de nuestras Vírgenes: "Es que toas son mú bonitas..." 
Llegamos con la prestada voz de un nazareno del Valle cuya vida, desde la Madrugada del Destierro, fue el "El rito y la regla" de su amor a Sevilla. Se llamaba Rafael Montesinos, y nos dijo:

Hoy la memoria escoge
el camino más corto para herirme.

Y como en nuestra geometría sentimental la distancia más corta entre dos puntos es el sueño de un recuerdo, traemos desde esta mismísima Puerta Larená, en el mejor cahíz de tierra, la voz del poeta popular que no necesitaba pergaminos académicos para inmortalizar su inspiración sobre la servilleta de papel del mostrador de una taberna. Venimos desde la imperial calle Adriano con los versos de Florencio Quintero, la Esperanza frente a su Caridad baratillera:



"Déjala" así, frente a frente.
"Déjala" así, cara a cara,
a esa Aurora Trianera
y esa Rosa Sevillana.
¡Que llore Sevilla entera
junto al llanto de Triana!

La Triana que, palma y cáliz, Palma de María Santísima tras el Cristo del Buen Fin y cáliz del ángel de Montensión, resonaba en el puente con los versos de Juan Sierra:

El río, el cielo, el barrio, ¡todo es Ella!,
alabastro de Gracia reluciente,
Madre Divina, Virgen de la Estrella...

Con estas voces emprestadas, y con un jazmín de vigilia de Rafael Laffón, y tras la "Cruz de Guía" de Manuel Sánchez del Arco, y con la blancura mercedaria de aquel cirineo lírico del Señor de Pasión que se llamaba Manuel Díez-Crespo, llego con un homenaje a los poetas que no vinieron, desde mi Arco del Postigo. Y recordados sus versos, me atrevo a decirle mi propia copla a la Pura y Limpia que está junto al otro Arco:

Si es por cuestión de memoria
te voy a contar la historia
de tu macarena gloria
de la forma más sencilla.
Te voy a decir yo a Ti,
Niña Guapa de San Gil,
cómo te quiere Sevilla:
te quiere con mariquillas, 
te quiere con tu fajín,
y la mancha en tu mejilla.
Que no es de Queipo de Llano
el fajín de tu cintura...
Que es tuyo, Esperanza pura,
pues te nombró el sevillano
Generala de hermosura

de tó el Imperio Romano

de los armaos con sus plumas.



Fumata blanca de incienso

Y con la fumata blanca del "incensario, péndulo de plata", que oscila en las manos del muchacho que fue apuntado de hermano el día que se bautizó y ahora va de acólito ante el palio de su Virgen. Con la fumata blanca del puesto de calentitos que frente a la muralla puso el romano Macario, el primer armao que hubo en Sevilla. Con la fumata blanca del perol de las almendras garrapiñadas en una Ronda de la dual Sevilla, por la que vienen las túnicas blancas de la Cofradía de los Negros. Con la fumata blanca de los cirios de los tramos de nazarenos. Con la fumata blanca del obrador de las primeras torrijas que cada Miércoles de Ceniza me mandaba el maestro Luis Ochoa con el dulzor de las Siete Palabras de Sevilla. Con la fumata blanca de los hachones de los Crucificados, revestido con los ornamentos de la palabra de quienes me precedieron en el amor a la ciudad, y en la lengua que mejor entiende Dios, el latín de la Bética, un latín de Miserere, de Christus Factus Est, de Senatus, Mediatrix y Sinelabe, proclamo el pontificado sentimental de los días del gozo:

En la Roma sevillana, 
Magnum Gaudium Nuntio Vobis: 
!La primera en la Campana! 


El anuncio de la luz del gozo

La ciudad entera, con su luz, lo viene anunciando. Todos somos antiguos y fervorosos hermanos de luz: de la luz del gozo. Apresuraos, sevillanos, vivid cada instante. Carpe diem: que ya empieza la nostalgia. Esa historia que siempre es igual, pero que nunca la misma. ¿Todo pasa y todo llega? ¿O todo llega porque nunca pasa en nuestro recuerdo? Preparaos para estrenar las manos que toquen el gozo de la luz y la luz del gozo. "El Domingo de Ramos, el que no estrena..." 

Sevilla estrena hoy el aire,
la luz, el sol, la mañana,
el viento, llamas de cera,
capirotes y sandalias, 
y cinturones de esparto,
y colores las muchachas,
que si Sevilla no estrena,
no tiene manos su alma. 
Y llegas a San Lorenzo
y hay una cola muy larga,
que la mira un cardenal
desde un retablo, y aguardas.
Y te fijas en la gente
que va saliendo; sus caras
son tan serias que te dicen
que allí dentro es que algo pasa:
al Señor en besamanos
lo han visto de cara a cara. 
Y ya lo ves a lo lejos, 
Señor de manos atadas.
La gente besa sus manos,
de oro un cordón las amarra:
manos que mueven el mundo, 
manos que templan y paran
el dolor, los grandes males,
apuros y malas rachas,
las mentiras que se quedan 
y las verdades que pasan. 
Te fijas que las mujeres
al Señor van y le hablan. 
El está allí, tan humano,
que hasta parece escucharlas, 
que está de pie aquí en Sevilla, 
sus dos pies ¡qué bien los planta!
Y una madre le decía,
aún escuchas sus palabras:
"Muchos años, Hijo mío,
tus manos quiero besarlas." 
Que venga la Teología
y rompa aquí la baraja,
que las madres llaman Hijo
al Padre del sol y el agua.
Viendo al Señor se diría
que este Señor tiene alma, 
del modo con que lo miran
esas madres sevillanas; 
del modo con que un hermano, 
silencio hasta en la mirada,
le va limpiando esas manos
con una telita blanca. 
Son manos que han trabajado,
son manos dignificadas
por el dolor de la vida,
manos de muelle o de fábrica,
de tejar, manos del campo,
del Polígono o Triana, 
manos que tanto Poder
tienen por la Madrugada
que pasan por el Postigo
y el amanecer levantan. 
Y es que Dios, por primavera,
cada año viene a esta plaza 
para enseñarle sus manos
a aquel que quiera besarlas
y ver que Dios tiene manos,
tiene unas manos humanas... 
Y es porque Sevilla estrena,
para Él, Semana Santa. 

Hoy empieza la nostalgia

Sentimos la inmensa tristeza de que la Semana Santa empieza... a terminar. Hoy comienza la nostalgia. Todo será ya como un largo fin. Un reencuentro con la ciudad perdida, desafiando al tiempo, retrato de Dorian Gray donde siempre todo es lo mismo que entonces. Envejecen los terciopelos y los bordados para que permanezcamos como eternos niños del Domingo de Ramos. Y para que en El Pumarejo vuelvan a sonar los Campanilleros cuando por la calle Rubios llegue la Virgen que apareció entre retamas catalanas y que...
Dijo al que la fue a encontrar: 
"Llevadme pá mi Sevilla, 
que soy La de San Julián".
Y hecho el silencio, entre el incienso que trasmina el aire y vence el horror de la dentellada social de la droga, el grifota desdentado le rezará a su manera a la Virgen de la Hiniesta. Le dirá al otro colega, que yo lo oí allí, en la esquina de la calle San Luis:
-- Tronco, esto tiene vibrasiones,... 
Por eso, sevillanos, porque la ciudad tiene vibraciones de grado 10 en la Escala Ritchter de la emoción, os insto con este bando de la nostalgia a que saboreéis la intensidad de las vísperas, que el camino de impaciencias es siempre mejor que la posada del cansancio en el alma del Sábado Santo, cuando la más secreta Esperanza de Sevilla cierra para siempre las mismas puertas que La Soledad en San Lorenzo, pero un poquito más tarde, por el indolente y perezoso meridiano de Sevilla En la alegría de lo que viene comenzamos a sentir la inmensa nostalgia que lo que se va:


Dame cera, nazareno:Adiós, primer nazareno,

que me dices cada año:
la vida, ¡qué hebilla menos!



Despierta, Sevilla, vamos:
vamos a estrenar el aire, 
que ya es Domingo de Ramos.



Qué bonita es la mañana,
novelera de latines
de canónigos con palmas.



...Y lo poquito que dura:
lo que un credo ante El Amor
y una salve a la Amargura.



Las cintitas son verdes,
verde Esperanza.
Dicen: Soy de San Roque,
y esa es mi Gracia. 
Adiós, Virgen bonita,
hasta esta tarde,
que a verte en Puerta Osario
voy con mi madre...



Y a San Juan de decirlo
le duele el alma:
que no me deis olivos,
soy de La Palma.



De la palma que lleva
la Santa Juana,
que hoy estrena hasta el bronce
de las campanas.



Me lo ha dicho la Giralda:
siempre es Domingo de Ramos
en el bronce de mi palma. 



Si sevillana será
que por pan lleva La Cena
dos teleras de Alcalá.



Si Judas se ha alevantao,
es que va a comprar el hombre
los rábanos y el pescao.



A Montañés la pena
va y se le quita:
vuelva a bajar la rampla
La Borriquita.



La Burra se va a asombrar,
porque el incienso aquí huele
a almendras garrapiñás.



San Roque en la Puerta Osario...
Llega Gracia y Esperanza:
mi madre la está esperando.



Desde la Puerta Osario
vas a Triana:
en la tarde, La Estrella
de la mañana.



Sentaíto el Cristo, 
penando sus Penas,
costero a costero, el izquierdo alante,
cómo trianea.



¿Que qué es trianear?
Pues que un Cristo hasta sentao
ande sobrao de compás.



Hércules te llama:
vente a mi Alamea,
que viene por Feria un Silencio Blanco
de cal y azucena.



Le va diciendo San Juan
cositas a La Amargura
pá sus penas endulzar...



La que entra en Jerusalén,
Colegial del Salvador,
no es la Burra, es mi Sevilla:
ya está saliendo El Amor.


Dame cera, nazareno

cada Domingo de Ramos
yo tengo una hebilla menos...

Protestación de Fe de la Ciudad

En las funciones principales de instituto, los hermanos de las cofradías hacen su solemne protestación de fe. Sevilla también celebra su función principal con los cinco sentidos, en cuanto oímos el primer tambor o acaraciamos el antifaz de terciopelo que ha dormido en el ropero todo el año. Sevilla es el quinto evangelista que escribe las Verdades del barquero de la lancha de Peana de su fe sobre la cal de las esquinas, en los pétalos de flores que caen sobre un techo de palio... Que si la colombina y dulce Virgen de la Antigua va abajo, en la gloria del palio de Los Dolores del Cerro, arriba, entre las doce perillas de los varales, va la imperecedera gloria nueva de los humildes pétalos que nevaron en oración desde una azotea del barrio.
Sobre el evangelio de los libros de reglas de sus hermandades, Sevilla hace público juramento de fe y credo, sacando a la calle su portento de religiosidad popular. Y en estos tiempos del relativismo que ha borrado las fronteras entre el bien y el mal; del laicismo de una sociedad que niega todos los valores y principios morales y éticos, y se burla de la religión, y la desprecia, y la margina en los colegios... En una España que pone en duda la tradición de su fe, Sevilla, saliendo en masa a ver sus cofradías, emocionándose ante un Crucificado, conmoviéndose con el andar humano de un Cristo Nazareno, diciéndole a una Virgen sencillamente la oración sin palabras de unas lágrimas... En estos ritos no aprendidos que traemos en la masa de la sangre, el pueblo llano y soberano de Sevilla proclama colectivamente el sentimiento y la emoción de su fe, la cercanía familiar de lo divino:

Dios pone en su documento:
"Soy natural de Sevilla,
vecino de San Lorenzo".
Su carné de identidad
es una color antigua
que le han gastao de rezar,
y un andar que es como humano
de este Señor sevillano
con su túnica morá... 
Que va cargando la suerte,
echando la Zancá alante,
el Vencedor de la Muerte.
Pues dice el mismo papel:
"Mi oficio es salvar al mundo
y mi nombre, Gran Poder". 

Dios por la calle 

Sevilla se encuentra a Dios por la calle. Dios es como de la familia. Si la familia está en crisis; si se niegan sus valores con burdas parodias del matrimonio católico que van contra les leyes de Dios y de la Naturaleza, aquí se afirman sus supremos principios. Somos de la cofradía de nuestra familia. Repetimos, oh Sevilla romana, el culto a los lares y penates, a los que ya se fueron. Salimos a recorrer las calles de siempre, por las que no ha pasado el tiempo, a encontrarnos con un viejo amigo, el Cristo de la familia o del barrio, la Virgen que emocionaba a nuestra madre y que tenemos en una estampa bajo el cristal de la mesilla de noche. La Virgen es una buena vecina. Es del Museoo del Tirolínea, de Nervión o de la cvalle Feria, de San Vicente o del Barrio León. Paisana. De nuestra propia Tierra de María Santísima. 
Y en este sentido familiar de la Semana Santa volvemos a ser niños pidiendo cera, amasando una bola que es la imagen del mundo, como la que San Fernando lleva en la mano. Y volvemos a ser muchachos que ya salimos solos, sin los padres, estrenando la vida y el amor. Que por vez primera tomamos la mano de la niña que nos gusta cuando la Virgen de las Aguas va por el Andén. Y entre la proclamación de los sentidos, tacto de terciopelo, olor de incienso, gusto de viejos pestiños con aguardiente en aquella ventana del corral de mi lavandera macarena en la calle Torrijiano, oído que voy a llamar y vista de la mismísima gloria en forma de paso de palio, nuestra memoria recuerda las oraciones que nos enseñaron las Hermanas de la Doctrina Cristiana entre las pilistras del patio de la calle Guzmán el Bueno:

Bendita en calle Pureza
eternamente lo seas,
pues Triana se recrea,
en tu morena belleza. 
El puente te lo empavesan 
salves de marinería,
y hasta el río detenías
con tu gitana color.
Y Esperanza te decían,
Patrocinio, Estrella y O,
y Salud... ¡Trianerías
para la Madre de Dios!

Y en esta solemne protestación colectiva de fe, Sevilla sabe que el Cristo de la Buena Muerte da entre lirios su mejor lección de Divino Catedrático contra esa forma de asesinato a la que ahora llaman eutanasia. 
Y en esta solemne protestación colectiva de fe, con las cruces de los penitentes, esos mismos maderos que en Jerusalén, bajo el poder de Poncio Pilatos, fueron patíbulo, Sevilla escribe su mejor alegato cristiano contra la iniquidad inhumana de la pena de muerte.
Y en esta solemne protestación colectiva de fe, Sevilla sabe que cuando Cristo deja que los niños se acerquen a él y vayan tan cerca del paso, y haya un pavero que los guíe en el enternecedor jardín de la infancia cofradiera de los pequeños monaguillos que apenas saben andar, pero que ya llevan en la esclavina el escudo de su hermandad... Con esos niños que aprenden a amar a Sevilla de la mano de sus padres, se escribe el mejor alegato contra esa otra forma de asesinato con trituradora a la que ahora llaman aborto.


El evangelio popular de Sevilla

El sevillano es un quinto evangelista que movido por su fe, dejándose ir en la tradición de la ciudad, sin darle la menor importancia, imparte supremas lecciones de Teología. Viendo cofradías pueden escucharse clases magistrales en la callejera Facultad de Teología Popular. En la calle Aduana, cuando pasaba esa Pietá baratillera que no la mejora ni Miguel Angel, aprendí una de estas lecciones de un sevillano anónimo. Le explicaba a un forastero preguntón:
-- ¿Que por qué la Semana Santa aquí no es triste? Pues porque hemos visto muchas veces esta película, usted. Siglos la llevamos viendo. Y sabemos que termina bien. Vamos, divinamente, porque es cosa de Dios. Sabemos que aunque lo pase muy malamente, al final, el bueno, el Muchacho, el Hijo de la Señora Guapa, gana y se sale con la suya, que es morir para salvarnos. Y que después, además, resucita el Domingo: en Santa Marina concretamente. Y si sabemos que la película tiene un final feliz, ¿a qué ponernos tan tristes y tomarnos las cosas por la tremenda como en Castilla? ¿Latigazos dice usted? Se los daban antes los hermanos de sangre, pero cuando se enteraron de que en esta película siempre gana el Muchacho y nos salva, decidieron dejar las disciplinas y aquí los latigazos, desde entonces, nada más que son de tinto y pescao frito... 



La suprema lección de Rafael Franco

Todas las artes y artesanías populares se combinan en la Semana Santa. Y arte crearon los costaleros del muelle, con su ropa hecha con los sacos que descargaban, con los cobertores viejos del hambre y la tuberculosis de los corrales de vecinos. Y los capataces. El mismo Dios de San Lorenzo fue para Manolo Bejarano como un Hijo, al que amorosamente lo enseñó a andar con su humanísimo paso racheado. 
Pero no se trata sólo de un tesoro cultural, un patrimonio artístico, una reliquia etnográfica. Aun siendo todo eso, y más, no se entiende si no lleva el pellizco a lo divino de la fe, como las espinacas de vigilia no se entienden si no llevan sus garbanzos o las tortillitas sin bacalao, el pez cofradiero por excelencia, al que Sevilla le dedicó hasta una calle: la Cuesta del Bacalao... Bacalao que da nombre hasta al estandarte de las hermandades. 
Una suprema lección de este sentido de la fe según la religiosidad popular sin el que no se entiende la fiesta me lo dio el maestro de capataces Rafael Franco Rojas, en un curso que organizamos en la Casa de Pilatos para la Universidad Menéndez Pelayo como "Homenaje a la Semana Santa". Reunimos en una mesa redonda a cuatro legendarios maestros del martillo: Rafael Franco, El Penitente, Rafael Ariza y Manolo Bejarano. Hablaron de los modos de andar los pasos, de escuelas y dinastías, de estilos de mandar y llamar. Y se me ocurrió la niñatada de proponer a Rafael Franco que, como demostración, diera allí las voces de su llamada en las levantás. Muy serio, tan señor como mandaba a su cuadrilla de Los Ratones, el difunto Rafael Franco me dio la mejor lección del imprescindible sentido religioso de la Semana Santa, cuando me dijo:
--- No, mire usted, hacer como que se llama a un paso, aquí, sin haber ninguno delante, sin llevar a ningún Cristo ni a ninguna Virgen, es un paripé, y la Semana Santa será lo que usted quiera, pero nunca es ningún paripé...


La cofradía de los nazarenos muertos

Este ruán que ahora llega lo conozco de siempre,
lo he visto tantas veces en este Martes Santo...
Yo veo cada año al mismo nazareno,
que quizá no haya muerto porque aún no ha nacido. 
Años lo llevo viendo en esta misma esquina, 
en este mismo sitio, bajo este naranjo, 
música de capilla del canario que canta
al balcón solitario en jaula de geranios. 
Tenía calzón corto y un tranvía de lata, 
un gato en la azotea y un martes sin colegio, 
cuando este nazareno pasaba con su cirio.
El mismo nazareno que luego contemplara
estrenando la sangre, Isabel a mi brazo,
la vida por delante y el mundo por montera. 
El que luego una tarde le enseñé ya a Fernando
cuando apenas sabía pedirle un caramelo.
El que ya sin mi madre planchándome la túnica 
y sin mi padre oyendo saetas por la radio
sigo viendo este Martes. Mi Santa Cruz de siempre.
Es mentira, no han muerto aquellos nazarenos
que le dieron grandeza a este rito de siglos.
Te lo ha dicho esta tarde, porque es Martes Santo, 
ese alto, elegante, de andares señoriales, 
que has visto tantas veces, con las Misericordias.
No mueren en Sevilla los viejos nazarenos. 
Se reencarnan en estos que ves el Martes Santo. 
Aunque nada es lo mismo, en ellos permanecen
memorias remansadas del tiempo detenido. 
Venga, vamos, que tienes otra vez siete años 
y tu tía te lleva a ver las cofradías. 
Venga, coge esa cera, pon la mano, Antoñito,
cuidado, no te quemes, qué grande está la bola.
Caramelos no pidas, que éstos son de silencio. 
Todo es de silencio aunque sea de capa, 
que de capa te abres ante el toro del tiempo
cuando pasa esta noche de esparto y de tristeza, 
Santa Cruz con sus tramos de nazarenos muertos
que visten este Martes de nuevo sus mortajas,
Dolores por Molviedro de luto por Tejera,
y un crespón por un hombre de su gente de abajo,
un soldado de España que supo dar la vida
por Dios, por esta Patria que llamamos Sevilla.

La penitencial ausencia



Los que ya se fueron... y los que no pueden venir. ¿Qué mayor penitencia que no poder ir a ver las cofradías? Me lo dijo un viejo sevillano enfermo, postrado en su cama, sin poder salir de su casa:
-- Esto sí que es penitencia, no poder ir al Barrio León a ver mi cofradía de San Gonzalo...
¡Benditas televisiones y radios locales que acercáis La Campana a los penitentes de la callada cruz de la enfermedad! ¡Benditas emisiones por Internet que le llevan su Soledad de San Buenaventura al soldado que está en misión de paz en tierra extraña, que ésos sí que son suspiros de España, los dolorosos suspiros de Sevilla! O a esos jóvenes licenciados y técnicos que tampoco este año pueden venir a salir de nazarenos en su cofradía, porque están trabajando donde son laborables los días iniciales de la Semana, como lo son para los alumnos de Erasmus o del master en las Universidades de esos países tan oscuros, donde sí saben valorar y dar oportunidades a los frutos de nuestra tierra, con esas iglesias tan frías y tan peladas de altares, y esas torres tan tristes, que yo las he oído en Zurich, y te preguntas: "Si hoy, que es Domingo de Ramos en Sevilla, las campanas tocan aquí así, ¿qué dejarán estos gachós para el Día de los Difuntos?". 
Sevillanos fieles a sus sentimientos en la distancia. y que como los banderilleros de Belmonte miraban durante la temporada americana el reloj que no había dejado de marcar el meridiano de Triana y, sacándolo del bolsillo del chaleco, comentaban "Pues en la calle San Jacinto ya tiene que estar Enrique empezando a freír los pavías", ellos, calculando horas, con la nostalgia como penitencial cinturón de esparto con su traje de ejecutivos o su parca de estudiantes, mientras añoran la claridad sin fecha de Sevilla, se van diciendo:
-- Pues el palio de San Esteban ya tiene que estar entrando en la Campana...
-- Ahora irá el Cristo de los Estudiantes por la esquina de Trifón, camino de la Campana...
-- ¡Cómo tiene que estar de gente a estas horas la calle Tetuán volviendo con la Virgen del Dulce Nombre!

 --Ya estará Pilatos en San Benito, presentándole a Cristo la mejor Calzada que hubo en el Imperio Romano...
Las Penas del hospital


Y la más que penitencial Semana Santa de los hospitales. Yo la he vivido. El hombre que dio la vida a la mujer que más quiero estaba ingresado, y sabíamos que tenía sacada papeleta de sitio para el inexorable paso de La Canina, en cuyo cuerpo de nazarenos estamos todos apuntados. ¡Qué Calle de la Amargura la Semana Santa del hospital! En el pasillo, lejana, suena una radio con una marcha, que alguien pone bajita, para no molestar. Pero suena. Y nos va diciendo que fuera, en la vida, en la Salud de San Gonzalo, en la Salud de San Bernardo, en la Salud de Los Gitanos, en la Salud de San Nicolás, en mi carretera Salud, existe la primavera, está ausente el dolor, no hay lágrimas, Sevilla como nueva Jerusalén del Apocalipsis, ataviada como una novia con la flor de los naranjos. Allí en el hospital sí que están las penas: las Penas de San Roque, las Penas de la calle San Jacinto, las Penas de San Vicente, las Penas de Santa Marta... Allí si que habitan las Tristezas, y el Mayor Dolor y Traspaso de los que sufren, entre Angustia y Angustias, en una mar de Lágrimas, en una inmensa Soledad de batas color verde Esperanza, cuando el enfermo, en la duermevela del dolor, pregunta:
-- Niña, ¿hoy no es cuando sale la de San Nicolás? 
-- No, abuelo, salió ayer, hoy es Miércoles Santo...
Y se hace de nuevo el silencio. Por el pasillo, desde otra habitación, suena quizá ahora por un televisor una entrada en La Campana. "Estrella Sublime". No hay estrellas en el cielo de luces apagadas de esta habitación de hospital. Aquí sí que hay una cofradía de penitencia. Aquí, en estos otros silencios, sí que es todo como una larga madrugada de penitencia. Entran las batas blancas como recuerdos de túnicas de nazarenos de La Cena, de San Gonzalo, de la Amargura, de La Bofetá, de San Nicolás, las cofradías que este hombre querido no verá este año. 
La única alegría es cuando traen a un niño vestido de nazareno. Túnica de capa, barrio puro. Y dice la madre a los familiares del otro enfermo del cuarto:
-- Es que como todos los años antes de salir va a casa de su abuelo para que lo vea vestido de nazareno... 
Y el nazarenito, con un beso:
-- Abuelo, toma, un caramelo, el primero que doy este año...
El más dulce caramelo de Sevilla. En el televisor, Campana del dolor y los silencios, sigue entrando triunfalmente un palio.
Y luego, ya de madrugada, quizá llegue silencioso, con cara de satisfecho cansancio, un hombre con su traje negro de capataz, sobre cuya solapa trae la heroica condecoración de unas manchas de cera de los hachones del Cristo en el arréon de una levantá. Llama en la puerta de la habitación. Sale la acompañante, zapatillas y bata, desorientación del primer sueño descabezado en el butacón. Pasillos vacíos. El intempestivo visitante de negro lleva unos lirios en la mano. Se los da a la hija del enfermo. Le dice: 
-- ¿Cómo sigue? No quiero molestarlo... Nada más que vengo para que en la estampa de la cabecera le pongas estos lirios, y le digas que son de parte de la hermandad. Son los que esta tarde ha llevado su Cristo...
Cuando estéis oyendo el tintineo de unas caídas de palio, reloj inexorable del tiempo que nos devora, pensad, sevillanos, en estos silencios de penitencia del inmenso dolor del hospital, o en la tristeza de los sevillanos que trabajan o estudian o defienden a la Patria fuera de su tierra. Peor que el lamento del ciego en Granada: aquí no hay limosna posible, mujer, "que no hay en la vida nada"... como no poder ir a ver las cofradías en Sevilla.



El Credo sevillano del cementerio

Y las mañanas en la otra ciudad que verdaderamente está sosegada y en calma, tras el azulejo de La Soledad, a los pies del Cristo de las Mieles que expiró en el Museo, en Santa Cruz, en el Patrocinio. Cada mañana de Semana Santa, por los cipreses del cementerio, entre un silencio donde cantan los altos pájaros, hay manos amorosas que avanzan hacia una tumba querida y conocida, con unas flores. Claveles del monte de un Crucificado, flores blancas de un palio, humildes ramos que en un barrio ofrendaron a su Cautivo, son colocadas ahora por los más amorosos floristas: los oficiales de la Junta, los hijos de los que ya no están, que llegan a esta carrera oficial del recuerdo y la memoria. Las flores que supieron de saetas y de marchas, aplausos y emociones, quedan ahora, llenas de vida, sobre el aparente triunfo de la muerte. Flores cofradieras de las mañanas del cementerio, sobre las tumbas de los sevillanos que se fueron a hacer su definitiva estación, a una gloria más eterna que la efímera del paso de palio que vemos alejarse por la calle del barrio, que dobla la esquina y que, poco a poco, metáfora de la misma vida, como estas flores que la recuerdan, va desapareciendo, hasta que dejamos de ver la última interrogación de plata de un candelabro de cola. Es el Discurso de la Verdad de la vida tras la muerte que escribe el Credo a la sevillana: 

"Y creo en la resurrección de los muertos porque cada mañana de Semana Santa tienen sobre sus tumbas la vida eterna de las flores que llevaron esas Vírgenes y esos Cristos que ellos están ya viendo para siempre. Amén".

Los balcones del cielo
Que esto no salga del Arenal, pero yo, que soy de la Real Hermandad Gremial de Maestros Sastres de San Fernando y de la Virgen de los Reyes (anda que también hemos elegido malamente titulares), sé por qué es costumbre que el pregonero vista chaqué. Es porque viene de testigo en una boda. La boda que cantan los campanilleros:

En el cielo se alquilan balcones
para un casamiento que se va a hacer, 
que se casan por la primavera,
con incienso y cera, Sevilla y su fe...

Para ese casamiento, están colgados de damasco con galones dorados los balcones del cielo. Desde allí, los sevillanos que nos precedieron ven pasar la cofradía que nosotros aún estamos contemplando gracias a lo que ellos nos legaron. Cada sevillano tiene alquilado su balcón del cielo desde donde tiene la certeza de la fe de que están viendo las cofradías la madre que le falta y que ya no le hace las mejores torrijas que se hacían en Sevilla; el padre que se fue con la túnica de la hermandad para la definitiva estación. En el balcón de la memoria de cada sevillano está la tía soltera que de niño lo llevaba al abono de las sillas; el amigo de la familia que lo sacó por vez primera a callejear en busca de las cofradías y que ni tenía que mirar la hoja del Programa del ABC, porque se sabía de memoria horarios e itinerarios, la nómina enterita. 
En esos balcones del cielo están los que nos marcaron el camino del sentimiento. Los artesanos y los artistas que hicieron grande la Semana Santa. Yo ahora, sevillano, hago que te fijes en ese balcón. Está Manuel Torre, que canta una saeta a la Esperanza desde el balcón de los Miura y La Encarnación se llena de pañuelos blancos. Y está Manolo Caracol, que le canta una promesa por seguiriyas al Gran Poder en la calle Conde de Barajas. Y está Juanito Valderrama, emigrante que le reza todas las cuentas de su rosario de coplas a Aquella Que Está en San Gil, "entre velas enrizás". Y está Pepe Valencia cantándole a las Angustias. Y La Niña de la Alfalfa, recordando al banco azul el supremo azul mandato constitucional de la Estrella de la Mañana. Y está Vallejo, con El Niño Gloria, y con La Niña de los Peines, que tus peines, Vírgenes de Sevilla, mata de pelo de la Esperanza, sí que son de azúcar. Y Juanita Reina canta en ese balcón la Plegaria Macarena que le compuso el maestro Quiroga. Que también está en ese balcón con Font de Anta, con López Farfán, con Gámez Laserna, con don Pedro Braña, con Lerate y con Pantión, mientras Antonio Machín, viendo salir su cofradía, ha transformado sus dos maracas cubanas en dos gardenias para Ti, sevillana Virgen de los Angelitos Negros. 
Y están en los balcones del cielo los que siguen retransmitiendo las entradas de las cofradías desde la radio de cretona: Manolo Bará, Filiberto Mira, Juan Bustos, Agustín Hepburn. Y los avances de la técnica que ha aportado un nazareno del Silencio llamado Luis Baquero nos permiten oír desde la calle hasta el chisporroteo de los ciriales y el verdadero "silencio, pueblo cristiano" que a una cruz de guía le sigue cantando Manuel Centeno con voz de placa de pizarra en la sintonía del programa "Saeta".

Y como la mejor representación de las hermandades en el Santo Entierro de la Ciudad que Nunca Murió y que sigue existiendo en el recuerdo de los que nos precedieron y engrandecieron las cofradías, desde esos balcones se ve pasar el cuerpo de nazarenos de la memoria: los que dedicaron su vida a hacer verdad este sueño que muchos sevillanos
llevamos dentro y que llamamos Semana Santa; los que crearon el patrimonio inmaterial de sus ritos a lo largo de las generaciones. La cofradía de la nostalgia de una soñada Sevilla de plata, perfecta, medida, armónica como un palio juanmanuelino. Nadie sabe nunca cuánta vida, cuántas vidas hay en una cofradía que pasa, en cada plata o cada terciopelo de su tesoro procesional, en cada apellido ligado a una insignia. Cuántos tacos de lotería de Navidad hubo que colocar para pagar el dorado de este paso. Cuánto amor hay en esos casquillos de la Cruz que regaló aquel hermano que vivía en Madrid. Cuántos nombres queridos, de cuántas familias, van prendidos en las tandas de esa candelería, en esas caídas de palio, en el manto antiguo de la foto ya amarilla de la primera puntada en casa del bordador. En ese oro viejo, vuelve a brillar un hilo, un solo hilo de oro, recién cosido. Cuando el paso se aleja, ves brillar ese hilo único, acabadito de coser, en el ya viejo manto. En tu memoria, perdida entre la cal de la calle que lo ve irse, que no hay nada más hermoso que ver un palio alejarse, brilla más nueva cada año la primera puntada que aquella noche, cuando eras un niño, dio tu madre, con una aguja ensartada en oro, como el largo cabello de un ángel, en el terciopelo granate, tan viejo ya como tú, de este manto de Madre de Dios de la Palma.

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