Santa Angela de la Cruz-Sevilla |
Santa Angela de la Cruz, Sor Angela aún para muchísimos sevillanos que prefieren sentirla más cerca sin darle el título de santidad, es, sin duda, el claro ejemplo de que el tesón y la fe pueden hacer que la obra de una humilde mujer perdure en el tiempo. Para la Sevilla de hoy, pleno S. XXI, el legado de Angelita a la ciudad es uno de los patrimonios inmateriales más importantes.
Nació en las afueras de Sevilla el día 30 de enero de
1846. Fue bautizada el 2 de febrero siguiente en la parroquia de Santa
Lucía. Su padre, Francisco, era cocinero del convento de los
Trinitarios, y su madre, Josefa, costurera allí mismo. Tuvieron catorce
hijos, de los que solamente seis llegaron con vida a la mayoría de edad.
Como tantas niñas pobres sevillanas de su tiempo, fue poco al colegio,
aprendiendo a escribir, sin dominar la ortografía, algunas nociones de
aritmética y catecismo. Su pobreza no le impedía, desde
niña y adolescente, compartir con los más pobres los bienes que
tenían en la familia, pues les llevaba mantas de su casa cuando no
tenían ellos para todos.
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En el hogar aprendió a rezar el
rosario y las oraciones del mes de mayo dedicado a la Virgen María. Con
su padre acudía al rosario de la aurora y su madre se prestaba a ser
madrina de los niños del barrio que lo necesitaban. Hizo la primera
comunión en 1854 y recibió la confirmación en 1855. A los
doce años tuvo que ponerse a trabajar para ayudar a su familia como
aprendiz en la zapatería Maldonado, donde también se rezaba
diariamente el rosario, y tuvo sus primeras experiencias místicas. Ella
misma se puso a enseñar el oficio a otras niñas, como oficiala de
primera, en una institución llamada «Las Arrepentidas», en
aquella Sevilla que entonces tenía rango de Corte por la presencia en el
palacio de San Telmo de los duques de Montpensier.
El canónigo que confesaba a
Angelita, el padre Torres, le ayudó a encontrar lo que Dios le
pedía: ser monja. En 1865, acompañada de su hermana Joaquina,
llamó a las puertas del Carmelo que había fundado en Sevilla
santa Teresa de Jesús, pero, a pesar de su gran capacidad para la vida
contemplativa, no fue admitida porque no tenía suficiente salud para la
vida tan austera del Carmelo. En 1868 entró como postulante en las Hijas
de la Caridad del hospital central de Sevilla, pero por su salud quebrantada
fue trasladada a Cuenca, por si le sentaba mejor aquel clima. En 1870 tuvo que
dejar definitivamente a las Hijas de la Caridad, a pesar de su entrega y
fidelidad generosa.
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Resignada a vivir como «monja sin
convento», volvió a su trabajo y se sometió en obediencia a
su director espiritual, escribiendo todos los pensamientos y deseos de su alma,
hasta que en 1875 vio durante la oración el monte Calvario con una cruz
frente a la de Cristo crucificado: «Al ver a mi Señor crucificado
deseaba con todas las veras de mi corazón imitarle; conocía con
bastante claridad que en aquella otra cruz que estaba frente a la de mi
Señor debía crucificarme, con toda la igualdad que es posible a
una criatura...». En una ocasión, después de escuchar las
quejas de los pobres que sufren, escribe al padre: «Si, para aconsejar a
los pobres que sufran sin quejarse los trabajos de la pobreza, es preciso
llevarla, vivirla, sentirse pobre... ¡qué hermoso sería un
instituto que por amor a Dios abrazara la mayor pobreza!», recibiendo
así la inspiración de fundar una
«Compañía».
En sus Papeles íntimos,
páginas asombrosas para una mujer iletrada, con faltas
ortográficas pero con una identidad cristiana y eclesial admirable,
redactó su proyecto de Compañía, con una dimensión
caritativa y social a favor de los pobres y con un impacto enorme en la Iglesia
y en la sociedad de Sevilla, por su identificación con los menesterosos:
«Hacerse pobre con los pobres». No quería hacer la caridad
«desde arriba» sino ayudar a los pobres «desde dentro».
Escribía y lo vivía: «La primera pobre, yo...».
El día 2 de agosto de 1875 el padre
Torres celebraba la Eucaristía en la iglesia del convento
jerónimo de Santa Paula, a la que asistían, con Ángela,
que era terciaria franciscana, otras tres mujeres, Juana, Josefa y otra Juana,
dispuestas a desentrañar el misterio de la cruz en la oración y
en el servicio a los pobres. Acabada la misa, se trasladaron a vivir a un
cuarto alquilado en la calle de San Luis, n. 13, en el que había una
mesa, unas sillas y unas esteras de junco que servían de colchón
y de almohada, un crucifijo y un cuadro de la Virgen de los Dolores. Estaban
naciendo las Hermanas de la Cruz.
La fundadora imprimió a su
Compañía un ambiente de limpieza, de saludable alegría y
de contenida belleza, de tal forma que sus conventos tendrían esplendor
a base de cal, estropajo, dos esterillas y cinco macetas. Su estilo
sería el de mujeres sencillas, verdaderamente populares, apartadas de la
grandiosidad, impregnando de tal forma el aire de dulzura, que la gente
agradecía aquel nuevo modo de querer a Dios y a los pobres.
Santa Angela de la Cruz-Sevilla |
Luego pasaron a la calle Hombre de Piedra,
junto a la parroquia de San Lorenzo, donde ejercía el ministerio Marcelo
Spínola, quien llegaría a ser el arzobispo llamado
«mendigo», . Empezaron a recoger
niñas huérfanas de los enfermos a quienes atendían, por
eso pasaron a otra casa más grande en la calle Lerena, donde ya pudieron
contar con la presencia de la Eucaristía. Atendían a las personas
que estaban solas y enfermas en sus casas. Con una mano pedían limosna y
con la otra la repartían.
En 1879 el arzobispo fray Joaquín
Lluch aprobó las primeras Constituciones de la Compañía de
las Hermanas de la Cruz, en una síntesis de oración y austeridad,
contemplación y alegría en el servicio a los pobres. Las Hermanas
de la Cruz fueron extendiéndose por Andalucía y Extremadura, La
Mancha, Castilla, Galicia, Valladolid, Valencia y Madrid, las Islas Canarias,
Italia y América. En Sevilla se trasladarían a lo que
después sería la casa madre en la calle de Los
Alcázares.
En 1894 sor Ángela, «madre
Angelita» o simplemente «madre» como se le llamaba ya en
Sevilla, viajó a Roma para asistir a la beatificación del maestro
Juan de Ávila y fray Diego de Cádiz, pudiendo entrevistarse con
el Papa León XIII, quien más tarde concedió el decreto
inicial para la aprobación de la Compañía, que
firmaría en 1904 san Pío X.
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En 1907 sor Ángela asumió el
gobierno y la responsabilidad de su instituto religioso como primera madre
general, reelegida cuatro veces. Aunque tenía fama de
«milagrera», destacaba por su naturalidad y sencillez.
En 1928, a pesar de la exposición
iberoamericana, en Sevilla continuaba habiendo pobres y necesidades; por eso
las Hermanas de la Cruz rondaban por los barrios más pobres,
santificándose especialmente con la virtud de la mortificación,
al servicio de Dios en los pobres, haciéndose pobres como ellos.
Sor Ángela aceptó la
decisión del arzobispo y, al no continuar siendo madre general, se puso
a disposición de la nueva, aconsejando a sus hermanas y a cuantas
personas acudían a pedirle ayuda, atraídas por sus
virtudes.
Las Hermanas de la Cruz, de entonces y de
ahora, siguen a rajatabla las normas de mortificación establecidas por
sor Ángela: comen de «vigilia», duermen sobre una tarima de
madera las noches que no les toca velar, duermen poquísimo, pues quieren
estar «instaladas en la cruz», «enfrente y muy cerca de la cruz
de Jesús», renunciando a los bienes de este mundo y acudiendo sin
tardanza donde los pobres las necesiten.
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El 7 de julio de 1931 la madre
Ángela tuvo una trombosis cerebral que, nueve meses después, la
llevaría a la muerte. Estuvo paralizada de medio cuerpo, pero
continuó resplandeciendo en su virtud de la humildad, tratando de
agradar y nunca molestar.
Después de una larga agonía y
de haber recibido los últimos sacramentos, murió en Sevilla, en
su tarima de dormir, el 2 de marzo de 1932. Sevilla entera pasó durante
tres días enteros por la capilla ardiente hasta que, por privilegio
especial, fue sepultada en la cripta de la casa madre.
Fue beatificada en Sevilla por el Papa Juan
Pablo II el 5 de noviembre de 1982, y canonizada por el mismo en Madrid el 4 de
mayo de 2003. Su cuerpo incorrupto reposa en su capilla de la casa madre y su
memoria litúrgica se viene celebrando el día 5 de
noviembre.
ORACION A SANTA ANGELA
Padrenuestro, Avemaría, Gloria .
Dios
de toda bondad, que iluminaste a Santa Ángela virgen, con la
sabiduría de la cruz, para que reconociese a tu Hijo
Jesucristo en los pobres y enfermos abandonados, y los sirviese como
humilde esclava, concédenos la gracia que te pedimos por su
intercesión, en esta novena.
Así
también, inspira en nosotros el deseo de seguir su ejemplo,
abrazando cada día nuestra propia cruz, en unión
con Cristo crucificado y sirviendo a nuestros hermanos con amor. Te lo
pedimos por el mismo Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro.
Amén.Padrenuestro, Avemaría, Gloria .
Y como homenaje de Sevilla a su obra, una sevillana y una poesía que las definen
Extracto Pregón Semana Santa José María Rubio Rubio
Sevillanas Santa Angela de No-madeja-do